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Criticas sobre la obra

VIDA DE CAMPO

Por Ariel Authier

Critico de Arte – Buenos Aires 2000

 

La nueva muestra de Daniel Muchiut podría dividirse formalmente en dos ensayos: por un lado, la vida de Oscar, quien tras perder se trabajo en uno de los hornos de barro de Chivilcoy, tuvo que irse a vivir a un viejo automóvil en las afueras de la ciudad. Retrato fuerte y cercano aunque de una extraña belleza. Belleza áspera, dura, porque la mirada del fotógrafo no se limita a estetizar una situación límite, desesperanzante. Sus fotos buscan conmover al espectador desde lo bello y no desde lo terrible, no buscan asustar sino movilizar. Es por eso, tal vez, que la otra parte de la exhibición esta compuesta por fotografías de campos de girasoles. Nada, en un principio, podría ser más disímil temáticamente que la historia de un linyera con imágenes de flores. Sin embargo, en la obra de Muchiut se complementan mutuamente, favoreciendo lecturas más complejas y enriquecedoras. La desolación, la tierra arrasada de los girasoles funciona como una suerte de espejo en donde se reflejan las sensaciones que atraviesan los retratos de Oscar. Imágenes de Campos de batallas vistos con un profundo humanismo. Dos ensayos, un fotógrafo.

Artes visuales

“Fotografías”

Domingo Sahda

En el Espacio de Arte de la Fundación Osde -Av. Rivadavia 3238, 3º piso, ciudad de Santa Fe- han sido habilitadas recientemente dos muestras fotográficas firmadas cada una de ellas y de modo independiente por los autores Raúl Cottone y Daniel Muchiut. Los trabajos de Cottone se resuelven visualmente dentro del arco expresivo que provee el armónico contraste de la luz-sombra, en tanto que las obras firmadas por Daniel Muchiut se determinan, en un aspecto, por el color en su máxima expresión planimétrica.

Cottone denomina a su producción, inscripta en el marco del Festival de la Luz como “Desde abajo”, en tanto que Daniel Muchiut llama a la suya “Canto Popular”, también inscripta en el espacio del mismo festival ya mencionado.

La producción de Muchiut se inscribe y gira en una suerte de estudio antropológico del personaje que otorga el título a la colección y deviene en mirada abarcativa, en análisis de los comportamientos sociales centrados en un protagonista y su entorno. El “ojo de la cámara”, el fotógrafo, intencionadamente captura aspectos que individualizan el gesto, el ámbito y el pensamiento devenido en actitudes y gestos cargados de sentido. Las imágenes operan a modo de instantáneas, en decir, no poses, y por tal son pasibles de su interpretación y la elaboración de una reflexión en torno a las mismas, más allá del aspecto técnico que a ojos vista resulta impecable. El arte de la imagen sirve, como siempre lo ha hecho cuando se trata del serio compromiso del creador, en un espejo generador de construcciones conceptuales, sociales y políticas. El autor deviene en cronista impersonal; el receptor deberá activar su conceptualización pues en ningún caso el aspecto rutilante de las fotografías induce al éxtasis paralizador, sino que se asume como activador sensoperceptivo e intelectual. La fotografía que captura cada escena se convierte en dispositivo del soporte lingüístico sostenido en todos los casos por la calidad técnica específica de la realización cuanto por el nivel de referencia y contaminación subjetiva de los actuantes que contagia subrepticiamente al espectador.

El fotógrafo Daniel Muchiut es el otro “yo” del cantor que registra, que narra historias de polivalente proyección desde el ojo de su cámara, su ojo alternativo.

Cada toma impecable en sus registros cromáticos asume el rol discursivo del contraste de la luz explicitando cada situación sin ambages, lejos de herméticas disquisiciones interpretativas. Hay una evidente sobrecarga ideológica en el periplo documentado del “Cantor Popular”. Nada aquí es aséptico o incontaminado.

Desde la sola elección temática de la tarea creativa autopropuesta está presente un marco conceptual desde el que se asumen posiciones sociopolíticas, criterios y definiciones. No se busca la proposición estética por sí misma sino que se vale de ella para contar una historia de directa cognición inicial.

El ícono se explicita de modo rutilante en el plano sin que ello signifique por sí mismo una categoría de valor artístico. La figuración, la abstracción son caminos de resolución que se eligen y no presupuestos que predeterminan calidades artísticas.

El tópico elegido por el expositor vale, esencialmente hablando, por su calidad de resolución en cada proposición a la vista, especie de historiografías contada en imágenes. Forma y contenido se imbrincan y sostienen esta colección a la vista.

“Desde abajo”

Desde una óptica contrastada, Raúl Cottone exhibe su colección “Desde abajo”, centrando inicialmente el gesto fáctico, el punto de anclaje desde el cual define cada configuración en el plano desde “abajo”; deliberadamente por debajo del nivel de la mirada convencional y esperada. Obliga al espectador a reposicionarse, a reformular conceptos a partir del descubrimiento del recorte de la imagen desde un ángulo inesperado.

Este desafío, resuelto de modo impecable por Cottone, ayuda a la ampliación del concepto de “imagen en el plano”. No sólo la frontalidad previsible sino el ángulo insólito son despertadores de consciente atención y descubrimiento de vías alternativas. Enriquece, quizás sin proponérselo de modo didácticamente explícito, la percepción del mundo entorno.

En esta colección, la luz en sus infinitas modulaciones de claroscuro evita cualquier desplazamiento de interés hacia lo “espectacular”, centrando su objetivo icónico en imágenes silentes cargadas de la poética de lo ambiguo, de lo insólito, de aquello que fuga, sea frontal o tangencialmente. Se abre a interpretaciones múltiples. De este modo, cada pieza firmada por Cottone opera como ventana a lo insondable. Lo “dicho” está logrado con preciso y cuidado refinamiento, prueba del “oficio” del fotógrafo. En cada escena, la luz tamiza y diluye los ámbitos de pertenencias sugiriendo su hipótesis de desarrollo infinito. El diálogo entre la luz y la sombra tamiza expresivamente cada instancia recortada transformándola en cristalizados enigmas de alta ponderación e impecable resolución.

El ojo atento de la cámara, el “ojo del fotógrafo” explora, espía cada situación fijando de una vez y para siempre una escena que eventualmente podrá repetirse al infinito sin modificar su tensión expresiva inherente. El logro contemporáneo de la reproductibilidad técnica “democratiza” —por así decirlo— el discurso visual pero no incide en su calidad específica. Se asume como documento eventual de un estado del tiempo y de las sociedades y sólo se rotula como rango de condición artística esencial cuando genera espacios de intelección y sensibilidad que extienden los horizontes de la cultura social humanística de la contemporaneidad.

Ambas colecciones, con sus particularidades específicas, cargan con los méritos suficientes como para ser recorridas y apreciadas, pues de sobra se sabe, o debiera saberse, que la mirada “profunda” ensancha los espacios del conocimiento.

Astillas, compromiso y cuatro citas de un apunte de Rodolfo Kusch.

por Elias Suarez

1.

Recuerdo la primera vez que vi una foto de Daniel. Fue en la recepción de la imprenta Fígaro, que es el lugar donde él trabaja desde hace más de 20 años. Entre las dos o tres copias que había colgadas en la pared estaba esta a la que yo llamo ahora “la deliberación”, pero en ese momento no le llamé de ninguna manera, ni supe de quién era la imagen o a qué cosa se refería. Ni siquiera creo haber pensado en algo. La persona que me atendía se fue para adentro a buscar lo que yo le había encargado y me quedé solo en esa sala chica frente a esas imágenes, de las que en particular recuerdo esta. Ese momento volvió a mi memoria en estos días con claridad plena, diez años después a lo mejor, aunque nada demasiado narrable u objetivo haya transcurrido en esos pocos segundos. Algo enigmático, esa situación en la que de repente me encontré, mano a mano, solo frente a esta imagen, en una habitación vacía. No era UN cuadrito decorativo como puede haber en las oficinas comerciales. Alguien la había puesto ahí por error, sin saber bien lo que hacía, y uno que suele estar equivocado la mayor parte del tiempo, se encontraba con ellas, y algo se quedaba quieto en uno para que cobrara vida la foto.

Todo lo que diga va a resultar parcial, provisorio frente a ese encuentro Que dice más con su permanencia que todas mis intentos de quererlo explicar después. Heidegger DICE: que el espacio se hace astilla en los sitios... Vale aclarar que se nos mete adentro una astilla, se nos clava, entonces el espacio también,  toda fotografía da un poco cuenta de eso.

2.

 Ahora estamos acá, 18 años después de que la foto fue tomada en el marco de un trabajo sobre los pueblos aborígenes a 500 años de la conquista. En el momento en que también esa imagen pasa formar parte de un volumen que es este libro “los hijos de la tierra”, de wichis, tobas y pielagas. 

Hay otras palabras de Heidegger muy conocidas que se me asocian a este hecho (creo que están en la conferencia sobre la claridad, apropósito de la presentación de una obra musical en su ciudad natal o algo por el estilo), dicen así:

“Es suficiente que nos demoremos junto a lo próximo: a cerca de lo que concierne a cada uno de nosotros aquí y ahora; aquí: en este rincón de la tierra natal; ahora: en la hora presente del acontecer mundial... en este caso ha florecido una obra de arte en la tierra natal. Nos tornamos pensativos y preguntamos ¿no depende el florecimiento de una obra cabal del arraigo a un suelo natal? Para que florezca verdaderamente la obra humana el hombre debe tener la capacidad de poderse elevar desde la profundidad de la tierra natal”.

Y frente a la obra florecida entonces, la necesidad de una crítica, “porque la creación sin la crítica es poca cosa” (dice Mallea). Este sería, según mi criterio, el compromiso con nuestro amigo, nuestro vecino, nuestro colega. De hecho se dice del propio Muchiut que es un artista comprometido. Se dice. que se trata de un autor comprometido con su realidad social, y de ahí, quizá su valor, porque el arte sin compromiso no es arte, o no vale la pena, o es un producto de museo, etc. Es una vieja proclama de izquierda en realidad, sobre la que yo quisiera profundizar ahora, (a partir de que la respeto, como propuesta,) porque la idea de un compromiso no aclara demasiado sobre el itinerario de una creación.

Hay en esta obra, una vez que atravesamos aquel momento intransferible de uno frente a una foto, entre muchas otras cosas; una demanda. Remarcada inclusive por las palabras que fueron impresas entre las imágenes. Esa demanda es una demanda social. De ahí un poco lo simbólico de llevar a cabo la presentación de un libro (objeto comercializable) en el espacio de representación política de la ciudad natal. “La deliberación” pienso es el momento en el que estamos más allá de nosotros mismos, tratando de delimitarnos frente al otro o sin que eso sea una limitación, por eso también es que estamos abismados, como se ve en la foto. “deliberación o barbarie”, podría ser la proclama que nos lleve más allá del concepto de civilización sarmientino, ojalà.

3. (pero volviendo al compromiso)

El compromiso en el arte supone un poco la idea de un hombre que toma conciencia de la injusticia horrorosa que se registra en cada actividad del hombre civilizado y luego pasa a retratarla, a dar cuenta de esto sin màs, para bien de la humanidad. Esto supone la primacía de este registro “el compromiso” sobre “la indecibilidad” que podría llegar a ser el sentimiento de base en toda elaboración expresiva; en palabras de jorge quiroga “la ganga de los poetas”, la indecibilidad; y después el desconocimiento pleno del peso de las cuestiones formales en toda realización, es decir lo técnico. De ahí la proliferación de un volumen bastante amplio de obras llevadas a cabo por gentes de buena voluntad, pero que en el plano material no alcanzan a sostenerse. Los artistas en cuestión, a mi criterio, no han profundizado en  estos elementos de base: Indecibilidad y técnica, es decir, trabajo y sentimiento, entonces el propio intento se les viene encima, antes inclusive de haber pasado al resto.

A diferencia de los casos panfletarios o estrictamente sentimentalistas, En “los hijos de la tierra”, tenemos un planteo desde lo fotográfico que evidentemente se sostuvo y sostiene. Por su nivel tensión interna quizá, que traduce la propia fuerza de su realizador. Hay que pensar la elección del tema, lo argumental de la obra desde alguna otra posibilidad.  

Tenemos como referencia consumada el caso del pintor Antonio Berni, de una solvencia inapelable y ánimos para enfrentar lo indecible, y sin excluir estas dos instancias primordiales (fundantes diría yo), por una particular disposición anímica se ve llevado hacia lo que podría ser enmarcado como la temática social. Este sería también el caso de Daniel, quien sé, es un gran admirador del rosarino.

Como en aquél esta particular disposición, inconsciente diría (en los varios sentidos que posibilita esta palabra), hacia la temática social, en determinados momentos, los expone a una objeción de la que uno podría hacerse eco, en los hijos de la tierra, como en Berni: la de asumir una posición pietista, es decir que apela a la piedad de un espectador, con amplio riesgo de enfrentarse a un público que tiende a ubicarse en un lugar de superioridad frente al retrato. Quizá le da esa facilidad, esa ventaja a él, a cierto espectador, la de pensar que el pobre es el otro y no él mismo, que es el que está inmovilizado frente a la imagen, ahora. 

Después están las consabidas contradicciones materiales de la tentativa en el arte social, pero en eso no hace falta entrar. Porque lo cierto, (lo verdaderamente cierto como dice regazzoni) es que el artista en realidad bien, bien, bien, bien; no sabe lo que hace. Esta es la condición para que no esté todo hecho en la materia”; no se puede objetar en estos casos la elección del tema, pero tampoco festejarla. En berni hay que rastrear el estallido pictórico de la madurez, en la melancolía contenida de los retratos de los primero años. En Daniel el arrojo, la entrega, el ojo abierto sin mácula hacia el cuerpo del otro, en un sentimiento de oscuridad de base del nunca sabemos si va a sustraerse. Por último, la oscuridad. “las sombras sagradas”: “Está en cronos ir revelando todo cuanto duerme en las sombras sagradas”, dice hölderling) ese lugar de donde casi todo lo que es actual nos aconseja escapar, con uñas y dientes, apuestas, fiestas de 15, música que levanta el ánimo, antidepresivos, programas de televisión que entretienen, distraen al cuerpo ya sordo y mudo al llegar la noche, o lo aturden directamente desde la mañana.

El autor no se queja de eso, pero como contrapartida dice: Miren acá. Dice, estense un rato en esto, lo que dura una foto, y después cada cual siga por donde tenga que seguir. Pero estemos un rato en esto, porque estos tipos “están muy en serio, será porque son los hijos de la tierra”.

La tierra.

Rodolfo Kusch (antropólogo filósofo estudioso de la cultura aborigen) dice: “Detrás de toda cultura está siempre la tierra, el suelo... se trata de un lastre en el sentido de tener los pies en el suelo, a modo de un punto de apoyo espiritual... es por eso que uno pertenece a una cultura y recurre a ella en los momentos críticos para arraigarse y sentir que está con una parte de su ser prendido en el suelo... No hay otra universalidad que esta condición de estar caído en el suelo, aunque se trate del altiplano o de la selva. De ahí el arraigo y, peor que eso, la necesidad de ese arraigo, porque, si no, no tiene sentido la vida” 

Pero como las cosas no empiezan ni terminan con una foto, con esto solo, quiero darle paso a mis compañeros.

BELLEZA Y TORTURA

 

Hace un poco más de un año Daniel nos comentó que estaba empezando a ordenar las imágenes para la confección de este libro. Finalmente. Habiendo trasncurrido alrededor de 23 desde que las imágenes habían sido empezadas a fijar en una (  )modesta cámara que según él mismo nos cuenta había tomado prestada de la imprenta donde trabajaba por esos días y donde a la fecha todavía trabaja.

Era el primer proyecto de nuestro autor que, también a la fecha, cuenta con algo más de 25 ensayos realizados, más 2 películas. En ese lapso, y desde la presentación del trabajo alla por el año 91 en el fotoespacio del Centro Cultural Recoleta, Hombres de Barro han recorrido un extenso camino de muestras llevadas a cabo en distintas ciudades de nuestro país, así como tambien en Mexico, España, Francia, Puerto Rico, Cuba, Colombia, Belgia y Alemania entre otros.

Datos por un lado del peso en si del trabajo que ha dado la talla en espacios de renombre, con exelentes criticas por cierto y dos premios internacionales, que permanece vigente en el tiempo; y por detrás de eso, la mano infatigable de nuestro amigo. Desde aquel recorrido iniciado cámara en mano hace veinti tantos años, hasta llegar esos días en que tramaba la ordenación final de las fotos para presentarlas en las páginas de este libro.

Siempre persistente, infatigable también en la conversación, Daniel, hemos comentado en más de una oportunidad que las muchas veces bulliciosas salas de muestra no son el ambito favorable a la contemplación de estas ni de muchas otras formas de expresión. A diferencia de eso, el libro se nos ofrecía como un soporte más apto a la intimidad entre la imagen y el ojo, en un tiempo deshacido de la velocidad que impide absolutamente todo. He aquí el libro de fotografías entonces, finalmente concluido.

 

 Hasta ahi, las bambalinas mínimas del volumen, que al llegar a este punto lleva unas cuantas palabras tambien. Después vino una nueva ocurrencia del fotografo, ahora devenido editor, que fue la de incluir algún tipo de texto más allá de las fotografías, como “una forma de acompañar”, de “compartir el espacio del libro también con los amigos”, dijo. Y en ese punto puso la mirada en este que ahora escribe estas lineas.

 Supe que estaba en problemas. la imposibilidad de alcanzar la dimención que alcanza el fotógrafo en su intensidad de la tarea de mirar. Un problema intelectual que me exede: la imagen. Con el libro en la mano, en una dificultad expresiva que acabará por vencerme. Es, después de todo, un pequeño problema. Pero tan nítido que comenzó por hacerme callar por más de un año a mi también antes de poder sentarme a escribir lo que escribo.

Será que la mirada del autor nos enfrenta a una dificultad real? Será que se trata de imágenes que, valga la expresión en toda su posibilidad, “no son fáciles de mirar”, y cuyo sentido se resiste al verbo interpretativo, concluyente, que es hacia el que tiende el mi texto casi por naturaleza a diferencia de la foto?

 Me puse a hojear el libro y pensé: El fotografo se deja ir por sus paisajes de solitario melancólico, esos que lo acompañan en sus paseos por alejarse del ruido del centro de la ciudad. Un espiritu ludico se advierte en la mirada de los primeros escenarios vacíos. Luego el encuentro con sus Adanes. Hombres que desde el elemento biblico preparan la semilla de las futuras casas del pueblo, se podría decir: “Hombres de Barro”, los bautizó el autor, y al hacerlo los colocó en el orden del mito, a mi entender, fuera de los engranajes de la historia. Pero damos un paso hacia atrás y comprendemos rapidamente que las imágenes remiten a espacios reales, signados por las suertes diversas del hombre. Ahora sí históricamente hablando se puede decir que estas imágenes nos muestran lo que de otra manera o desde otros espacios se trató de invisibilizar. “Dar a ver” podría llegar a ser una de las consignas básicas de las fotografías (De la misma forma que dar la palabra podria llegar a ser una de las consignas básicas del que escribe). Ellas nos muestran finalmente que hay cosas que una mirada estetizante con eje en el costado encubridor de la apariencia se rehusa a mirar.

¿Y por qué lo haría? ¿A caso porque se trate de una realidad sucia, mal oliente, mendicante, que por antes oculta en la injusticia ahora debiera pasar a vidriera? El autor debe andar con pie de plomo ahí, porque si hubiera una buena intención en esto, o al menos el resabio de una buena intención, en este “dar a ver” político “lo que de otras maneras se trato de invisibilizar” saltaría a la vista como telón de fondo la contra cara oscura de las buenas intenciones. En el marco de nuestra civilización oxidental y cristiana estaríamos en presencia de un acto de tortura.

 En ella (en la tortura) se coloca al cuerpo del otro como portador de un mensaje, y en ese sentido se busca hacerlo hablar. La tortura, Punto limite, la carne muerta del idioma, sería. La tortura del trabajador, la tortura del explotado. La vulneración de todo derecho, si quiera hasta llegar al espíritu asesino de nuestras sociedades por via de la exclusión. El cuerpo inherte del otro expuesto como testimonio, en este caso como ansuelo de la culpa.

 

 Gran parte de la denominada a grandes rasgos fotografía social (arte social, etc), al llegar a este punto se debate de cara a esta cuestión. Un trance dificil.

Recordemos que estamos ante la mirada de un fotógrafo de 20 años. Esa es la edad que tenia Daniel al llevar a cabo este trabajo. Pero ¿son acaso los 20 años el terreno de alguna afirmacion que al entrar en la edad adulta se desvanecen? Por mi parte creo que no. Hoy el hombre de 43 busca sostener su mirada en la edición del libro. Mucho se podría hablar, previa elaboración por supuesto, sobre las condiciones sociales, sobre las caracteristicas objetivas de los escenarios en que se desarrollan estas imágenes. Pero mi sospecha en este sentido siempre ha sido que quienes quieren reducir el sentido de las fotos de Daniel a una determinada coyuntura económica, como más de una vez, con buenas intenciones, he escuchado hacer, a la funcion lineal de la denuncia en este caso, le herran de cabo a rabo. No se cansan de errarle.

La palabra evoca la imagen, a la inversa no. O no necesariamente. Pero (a cada rato el “pero”) a caso surja una y el que la escriba en un papel sienta la necesidad de cambiarla una y otra vez, cada vez que el ojo vuelva sobre la imagen y surja una idea distinta. Mientras tanto la foto permanece innumerablemete quieta, tal su extraña virtud de muerta. De ahí su posibilidad de grieta en el orden del tiempo, se nos juega pues frente ella. De la vida y del fin. Algo que quizá por eso no se sabe bien qué es. Nunca se sabe. Aunque nada nos impida avanzar un poco más, más allá de nosotros mismos.

 

Basta advertir los juegos de la luz en que se detiene, la delicada composición de los planos, casi como si el juego del viento nos llevara de un lugar al otro. La mirada puestas en las miradas fuertes de los hombre que van haciendo la suma de una particularidad, hasta alcanzar el extraño caso de estar en el barro de cara a la belleza.

 

Dos palabras entonces: belleza y tortura. Luego del cesudo trabajo de escarvar el libro. Y sin embargo la preocupación subyace para el que escribe, de no haber podido abarcar la totalidad del proyecto por vía del análisis. De no saber despues de todo si lo que se dijo con palabras despues de todo esta bien o mal, si alcanza o si sobra, etc etc. La impotencia de no haber estado nunca ahí despúes de todo, como el caso del fotógrafo. He aquí el fracaso que estaba cantado de ante mano. Pero un mérito que cabe en todo esto, es el de habernos dado cuenta a tiempo de ese fracaso

Es que la foto precinden de todas estas palabras.

 

*... empatar con el tono eminentemente silecnioso de todas las fotos. Como era de esperar, fracasamos; y quizá sí existe una virtud en todo esto es la de habernos dado cuenta a tiempo de nuestro propio fracaso, a tiempo de seguir siendo silenciosos frente a las fotos. (aunque yo no piense que el silencio sea la gran cosa tampoco)

 

 **...Pero nada de esto alcanza. Belleza y tortura, solamente dos palabras que puestas en fila no llegan a decir gran cosa, así las pongamos por límites de una experiencia en el campo de la cultura. Falta pues la desesperación. De quién es la desesperación que nos acomete? Del que escribe? Del fotografo? De los hombres expuestos a la brutalidad de la foto? o peor aún de la historia?

Volvamos al silencio. al instante previo, Cuando todavía ante las ropuesta de Daniel no había palabras escritas todavia. (Debemos ordenar este silencio mas bien, antes de poder ver con claridad)

 

*** ... entonces uno se vuelve a quedar completamente solo, el fotografo se vuelve a quedar completamente solo frente sus propias imágenes. el que escribe entre sus palabras. Lo mismo que el lector de este proólogo que a esta altura todavía sigue sosteniendo el libro entre manos, que es objeto de este proólogo, le da sonido a estas palabras por definición, y luego le va a dar su propio silencio a las fotos para que puedan llegar a ser un algo completamente distinto al papel pintado que irremediablemente son. (seran ellas las que puedan hablar? pero si son muidas?)

 

**** quien nos vuelva a pedir una pabra ahora piense. Solo piense. Y esta es mi propia excusa frente a la generosidad de quien nos da a ver, Al no poder yo mismo darle unas pocas palabras.

Piense que en algún momento nosotros mismos analizamos la posibilidad de colocar al lado de cada foto algún tipo de construcción gramatical como estas del prólogo al libro por ejemplo. Pero que pudiera empatar con el tono eminentemente silecnioso de todas las fotos. Como era de esperar, fracasamos; y quizá sí existe una virtud en todo esto es la de habernos dado cuenta a tiempo de nuestro propio fracaso, a tiempo de seguir siendo silenciosos frente a las fotos. (aunque yo no piense que el silencio sea la gran cosa tampoco)

 

 *****.... (voy a intentar una cronologia final, absurda, agena a la instantaneidad de la fotografía. (cito a daniel: “el tiempo juega a favor de la fotografía”  No debería decir mucho más, ahora porque después de haber pasado el tiempo, de esta cronólogía : 23 años desde que daniel andaba con su camara, 10 desde vi la primera vez una copia de del ensayo en un marco todo chueco en una oficina de Radio del Centro, las primeras fotos, 5 o 6 de conversar de daniel, 3 horas (y dos dias) de que leí en levi strauss la idea precisa de que al observador le resulta imposible escapar de la atracción que ejerce sobre el mismo su propia mirada; desembarazarse, conciente e inconcietemente del peso de su propio espacio y de su propio tiempo. A veces cuando pienso un poco más profundamente en todas estas cosas que ya son pasado, (cito a daniel: “el tiempo juega a favor de la fotografía”) me siento un poco cerca de poder llegar a mirar estas fotos con los ojos con que el fotógrafo mira el mundo  (no por nada gombrowitz decia que lo dejaran mirar la despedida con ojos de fotógrafo) con los ojos con que daniel nos mira a los ojos cuando charlamos y alzamos la copa (de vez en cuando alzamos la copa) por el encuentro cara a cara con el otro, con toda la oscuridad y las complejidades que llevamos a cuestas, pero cara a cara, con el otro.

 

Elias Suarez, Buenos Aires 06/08/12

Withering Highs

Por Karl Borzlim (Buenos Aires Herald)

 

Una interesante serie del reciente trabajo realizado por el fotógrafo contemporaneo Argentino, Daniel Muchiut está siendo exibido actualmente en la galería de fotos del Teatro San Martín. Las fotos, capturadas en las margenes de Buenos Aires, retratan el debilitado proceso económico y social que la sociedad argentina está atravezando. Los trabajos anteriores de Muchiut ya han mostrado las condiciones rudimentarias del trabajo de las fabricas de ladrillos (“Hombres de barro”) y el proceso de desindustrialización sufrido por un gran sector de la economía argentina (“La fabrica”); esta vez, sin embargo, somos llevados a un viaje exploratorio dentro de la vida de Oscar, un hombre desempledo quien se retira para vivir una vida apartado del resto de la sociedad, junto a perros vagabundos con los que vive dentro de un auto abandonado; y una segunda serie la cual se centra en los campos de girasoles con la cual no muestra un mensaje cándido sobre paisajes sino que la urgencia porque las cosas cambien.

“En ambas series he tratado de interpretar la sociedad en la que vivimos”, comenta Daniel Muchiut. “Con OSCAR sólo tenemos en común la relación qie hemos desarrollado durante estos últimos dos años de trabajo. Espero que Oscar sienta cuanto lo estimo. Todo este tiempo he tratado de entender la gran masa de gente que vive como Oscar, y me gustaría que la gente se de cuenta hasta que punto se deja a hombres y mujeres aislados y excluidos de la sociedad”.

Se puede descubrir en estas simbólicas imágenes alguna proximidad con las de Sebastian Salgado respecto a la injusticia Social, pero en las fotografías de Muchiut no existe esa activa búsqueda por la belleza composicional como se puede observar en las de Salgado. Hay, yo creo, algún tipo de contradicción interna en una imágen hermosa que denuncia inequidad y una silenciosa masacre. Una falta de coherencia en la cual Muchiut nunca incurre. “Yo no trato de producir un efecto con mis imágenes” dice Muchiut, “lo que trato de hacer es contar mi propia historia a través de los temas que elijo, dejando a un lado la belleza de algunas imágenes para explorar la tragedia del ser humano”. En estas impresionantes metáforas las cuales son un presagio de la condición humana en relación a la situación argentina, las fotografías de Muchiut pueden en realidad ser vistas como un grito de reconocimiento respecto de la consternante situación que ya no puede ser sostenida.

 

Withering Highs

By Karl Borzlim (For the Herald)

 

An interesting series of recent works by contemporary Argentine photographer Daniel Muchiut are currently on display at the San Martin Theatre Photo-Gallery. The photos, captured in the weakening economic and social process the whole of Argentine society is presently going through. Earlier works of Muchiut have already shown the rudimentary (“Hornos de Barro”) and the process of desindustrialisation suffered by a great sector of the Argentine economy (“La Fábrica”); this time, however, we are taken for an exploratory journey into the life of Oscar, an unemployed ma n who withdraws towards a secluded kind of life, living with stray dogs inside an abandoned car; and a second series which focuses on sunflower fields but bringing with it not a naïve landscapish message but one of urgency for things to be changed.

“In both series of works I’ve tried to interpret the society we live in,” comments Daniel Muchiut.

“With Oscar we only have in common the relationship we’ve developed throughout these last two years of work. I hope Oscar does feel how much I cherish him. All this time I’ve been trying to inderstand this great mass of people who live like Oscar. And I would love it if society would just realise the extent to which is isolated and ostracised.”

You may discover in these highly symbolic images some proximity to Sebastiao Salgado’s statement-pictures regarding social injustice, but in Muchiut’s photographs there isn’t such an active search for could find in Salgado. There is, I believe, some type of inner contradiction in a beautiful image which denounces inequity and silent slaughter. A lack of coherence in which Muchiut does never incur: “what try to is to tell my own story through the themes I choose, leaving aside the beauty of some images in order to explore the tragedy of the human being.” In this forceful metaphors which bespeak of the human condition as related to the Argentine situation, Muchiut’s photographs can indeed be heard as a scream of recognition concerning an appalling situation that cannot be sustained any longer.

Sobre Cantor Popular

Por Florencia Vaccari

Una muestra de arte puede ser solo eso, una muestra de arte. O no.

Una muestra de arte puede ser una bisagra entre lo que concebíamos como tal y lo que efectivamente concebimos a partir de ella.

Una muestra de arte como Cantor Popular, genera el espacio exquisito para que, través de la sensibilidad (humana, no necesariamente artística) se descubran a los artistas detrás de los artistas; a los hombres detrás de los artistas, a los artistas detrás de los hombres.

Quienes compartimos la inauguración de la Muestra de arte del fotógrafo Daniel Muchiut sobre Chico Sprint, quienes leímos el texto de Elías Suarez y vimos el documental de Manavella y Oteiza; y aún después, escuchamos a Chico y sus guitarras, aplaudimos la iniciativa y el desafío, aplaudimos la falta de prejuicios; aplaudimos la valentía y la trayectoria, la profesionalidad, la emoción,  la alegría. Y el resultado.

Llevar a la práctica actividades que reflejen una política cultural de vínculos comunitarios, de inclusión social, de formas de participación comunitaria, términos que se lucen de por sí muy bien en los discursos, no es fácil. Hay que buscar artistas sensibles, con capacidad de trabajo y calidad técnica que se animen a probar. A demostrar. A abrir paso. Daniel Muchiut lo logra con Cantor Popular. Lo logró y lo compartió con muchas personas el pasado 17 de junio en el Museo de Artes Plásticas Pompeo Boggio, en el museo de arte de todos los chivilcoyanos.

Esta iniciativa, esta obra, esta bisagra que se abre entre de lo que se considera tradicionalmente, una obra de arte, nos plantea a todos un desafío. Que cada vez más, más ciudadanos conozcan los espacios públicos del arte  y los reconozcan como espacios propios.  Espacios culturales de encuentro, en el sentido más amplio del término, el que remite a la tierra cultivada, a la manera de ser de un pueblo.

Felicitaciones a los artistas.

Daniel Muchiut,

Profeta en su tierra.

 

Daniel Muchiut (Chivilcoy, Argentina 1967); fotógrafo autodidacta, aprendió la técnica de revistas y de utilizar el baño de su casa como laboratorio. Prolífero autor de ensayos fotográficos y receptor de historias, Daniel nos acerca costados de la condición humana que a menudo evadimos o ignoramos. Oficios relegados en el tiempo, explotación laboral, vejez y soledad, marginalidad, son algunas de las temáticas elegidas por el autor. De “Hombres de barro” (1989-1990, sobre trabajadores en hornos de ladrillos) dice: “…fue mi primer ensayo y quizás el que determinó la línea de mis trabajos. Entendí con este trabajo lo qué era la marginación y la explotación laboral...”.

Su formación fotográfica continuó en la Fotogalería 22 del Museo de Artes Plásticas de Chivilcoy (en ese momento, el curador era Eduardo Gil), donde se originaron encuentros con otros autores. Participó de talleres abocados a esclarecer problemáticas en el desarrollo de una obra fotográfica, dictados por Julian Germain y John Duncan. Libros y viajes también forman parte de su acervo fotográfico.

Sin embargo, Daniel destaca la experiencia de la calle: “La calle es la mejor escuela, caminarla, recorrerla. No hay ninguna persona o institución que pueda decirte por donde ir. Vos solo tenés que encontrar el camino”.

Para hablar de temáticas inherentes a todos los hombres, Daniel no tuvo que alejarse de su ciudad natal. Salvo “Hijos de la Tierra”, trabajo realizado en las Provincias de Chaco y Formosa, más otro trabajo realizado a lo largo de distintos viajes a Bolivia, el grueso de su obra lo realizó en Chivilcoy, Provincia de Buenos Aires.

“Las flores del mal”; “El geriátrico”; “La vida de Oscar”; son ensayos quizá desgarradores para quienes se detienen ante sus fotografías, no por ello despojados de belleza. Él mismo se vincula profundamente con el tema elegido haciendo de su labor una experiencia humana única e irrepetible: “Las situaciones mas profundas, tiernas, bellas y que me modificaron como ser humano partieron de la gente que menos tiene. Trato de rendirles un homenaje”.

 

Desde hace 28 años, Daniel Muchiut, trabaja como diseñador en una imprenta. A partir del año 2008 se desempeña como  curador de la Fotogalería 22. Dicta “Talleres de Estética Fotográfica” en Anden 9 (Centro Cultural).

 

DOKUMENTA

Nota a Daniel Muchiut

 

Daniel Muchiut se ha nutrido de su entorno. Quizás uno,  nunca escape de ciertos lugares, y quizás también, no sepa aprovechar lo que lo rodea como lo hace este fotógrafo, que logra recuperar un visión contrastada, que muchas veces olvidamos o preferimos no mirar. Esta entrevista fue realizada hace tiempo, meses despúes de finalizada la exposición "La vida de Oscar".

 

Al elegir una situación, ¿Contraste o medios tonos?

Es casi inconsciente, casi con seguridad no podés elegirlo. Vos estás creando como en blanco, y las cosas surgen después que revelas... y te asombras o amargas, no podés ser consciente de tu corazón. Si lo haces sólo  con la cabeza, por ahí determinas la situación, pero estoy seguro que yo racionalmente no lo elijo,  se da.

En muchos de tus trabajos se puede notar un fuerte contenido social, un mensaje que trasciende la instancia de una fotografía

Todavía no he realizado una muestra retrospectiva para poder determinar los puntos de conexión, pero creo que hay muchos y siento que el principal es el compromiso con el medio y conmigo mismo. Después uno va cambiando todo el tiempo de estados de ánimo y podes encontrar que quizás la angustia, la soledad, la tristeza y el amor del primer trabajo me persigue en todos mis trabajos, pero sé que en el fondo es un mensaje esperanzado y de cambio. Cambio que quizás no vea, la sociedad se golpea todo el tiempo con la misma piedra y por mas que le pongas un espejo con todo lo que esta asiendo mal lo va a volver a repetir, de eso no tengo dudas.

 ¿Cómo es tu relación con la fotografía?

Casi la mitad de mi vida, me la pase detrás de la cámara, es una relación, cada vez mas fuerte y comprometida. Mas que nada con mi propia vida. En otros momentos trate de contar historias de otras personas, hoy estoy indagando en mi propia vida. Hace muchos años, allá por el año 1988, quería estar viviendo los acontecimientos a medida que los registraba. La fotografía es una herramienta fabulosa que te permite acercarte a la realidad y además participar con tu visión del mundo.

 y en relación al público que recibe tu obra, ¿como lo defenirías?

Parece mentira pero uno puede estar contando historias de Chivilcoy, un punto casi oculto en el planeta y que te escriba un editor Polaco y te diga que se emociono viendo tus fotos. Como yo me emociono viendo, las fotografías de un japonés o un yugoslavo o un mexicano. Creo que sienten que son historias simples, pero emotivas,como si estuviera hablando de alguien que por alguna razón lo sienten cercano. Soy muy afortunado en este punto, siempre sentí que me comprendían, la soledad, la tristeza, el vacío existencial son sensaciones que ocurren a cada persona en todas partes del mundo.

 

Actualmente vivís en Chivilcoy, Provincia de Buenos Aires, ¿que técnica o herramientas utilizarías para fotografiar Buenos Aires?

Me parece que cualquier técnica puede servir para hablar de Buenos Aires, es una ciudad que te provoca asombro, admiración, odio, miedo ... tanto el blanco y negro como el color provocan estos estallidos, y podes utilizar ualquier herramienta, solo la técnica no sirve de mucho, creo que lo importante es lo que esta dentro tuyo.

 

 

¿Cuál fue la exposición que más disfrutaste?

Esto de disfrutar de las exposiciones es una tarea muy difícil que me llevo muchos años darme cuenta y te podría decir que sigo preocupado después de cada exposición, por distintos motivos. Si bien aprendí a desprenderme de las historias que narro, el tema de la  colgada, la edición, repercusión, es motivo para alterar un poco los nervios. Un punto de inflexión en mi estado de ánimo. Pero creo que mi ultima muestra en el Teatro San Martín fue un punto de inflexión en mi estado de ánimo. Me parece que llegue más armado con mis aspiraciones y pude disfrutar un poco más de la muestra.

Galeria Oxiro

 

Desde una estría menuda, casi imperceptible, donde el valor consiste en  mirar aquello que es digno de ser sin importar lo rudo; extravagante; desarraigado  o sensato que sea, surgen las imágenes de Daniel Muchiut con la pulsión del origen.

Entre las soledades y los silencios de las almas descalzas, se emplaza y se desplaza como quien anda en su casa recuperando oscuridades enmohecidas en luz, o inhumando los nudos amargos de ésta sociedad, sin exaltar el drama  ni echar mano a los golpes de efecto, sino con la mayor delicadeza con que es posible hacerlo, y estableciendo un vinculo donde su humildad y respeto confieren invisibilidad a la cámara.

Así como en la elección se jerarquiza estableciendo contrastes, Daniel Muchiut detecta sus personajes y los acompaña en la aventura de un manifiesto vital.

“Hombres de barro”; “Los hijos de la tierra”; “Las flores del mal”, “El geriátrico”; “La mirada del adiós”; son algunos de los trabajos que nos han llevado a conocer ese camino estoico en el que lo testimonial enardece la denuncia y agita el movimiento interior de quien contempla su obra.

Ahora, “La vida de Oscar”, éste héroe taciturno de quien podemos aprender, porque no es héroe el infalible sino el que supera la caída, tiende sus trapos al sol enmarañando misterios y desafiando las reglas. Un trabajador de los hornos de ladrillos, que al quedarse sin empleo decide anidar en un auto abandonado, sobreviviendo al clima y la pobreza, sin más compañía que unos perros vagabundos, y “Vida de perros”, fieles compañeros de atardeceres largos; madrugadas frías y ásperas existencias.

Una visión profunda y despojada que late y respira con el paso de los años, sin depender de usanzas ni tendencias momentáneas.

Son Imágenes de hierro, escrupulosamente reveladas en gelatina de plata.

 

Su extensa obra ha sido varias veces premiada, publicada y reconocida, inscribiéndose prestigiosamente en la Historia de la  Fotografía Contemporánea Argentina y trascendiendo nuestro territorio hacia otros países del continente americano y europeo.

 

Daniel Muchiut, bienvenido a ésta casa.  

 

 

 

                                                                                                  Dolores de Torres

                                                                                                          Fotógrafa

LA FABRICA

Por Eduardo Gil

Curador y Fotógrafo / Chivilcoy 1994

 

Fotogalería 22, dependiente del Museo de Artes Plásticas Pompeo Boggie, tiene el gusto de presentar nuevamente a Daniel Muchiut, autor cuya obra hemos visto consolidarse y madurar estos últimos años.

En este trabajo, última producción, podemos diferenciar claramente dos vertientes expresivas. Una dentro de la tradicional línea humanista a la que Muchiut adscribió todos sus trabajos anteriores. Lo mismo que con su ensayo sobre los “hombres de Barro” en el que nos revela el mundo irreal de los hornos de ladrillos, sentido alegato acerca de “Wichis y Tobas”, se hace evidente su preocupación por esos hombres anónimos a los que mediante imágenes rescata y enaltece.

En este ensayo en el interior de una antigua fábrica de cerámica de la ciudad de Chivilcoy, se vale, además, de la apropiación de antiguas imágenes para explicitar una metáfora acerca del paso inexorable del tiempo, el brillo del ayer y la realidad que hace difícil adivinar, dentro de los intensos contrastes, más que sombras profundas.

Sombras, trazos de luz y elementos autorreferenciales denotan el otro enfoque, caracterizado por una mayor preocupación formal que recrea sensaciones visuales de una creciente tendencia a la abstracción y el simbolismo.

Ambas líneas, casi opuestas, encuentran en el conjunto un grado de equilibrio y complementación que las enriquece recíprocamente y las complejiza.

Daniel Muchiut logra conmover con un claro alegato social y una lúcida mirada cargada de lirismo.

HISTORIAS DE BARES

Por Eduardo Noriega

Curador y Fotógrafo – Buenos Aires 2001

 

“Describe tu aldea y describirás el mundo”. Quizá no hubiera echado mano a ésta frase de Tolstoi, tan sabia como manoseada, si no fuera porque parece inspirada en los trabajos fotográficos de Daniel Muchiut.

Chivilcoy, su aldea natal, basta y sobra a su sensibilidad, para hurgar con su ojo y su índice en los misterios humanos de la soledad o la desolación, y porqué no del espanto borgeano.

Su Dalhman no pudo ser fotografiado aquí por un desajuste del tiempo, pero el fantasma merodea las imágenes.

Daniel Muchiut, autodidacta en sus comienzos, estuvo por fortuna alejado de escuelas, tendencias y sobretodo modas, siempre nocivas y castrantes. No suficientemente conocido, es ya una realidad en la fotografía argentina. Pero dada su juventud, es también una promesa.

Recorriendo un camino absolutamente propio, nos muestra una fotografía que sólo reconoce orígenes en su alma y en su ojo.

En el imperio de la mayonesa Light y la cerveza sin alcohol, donde tantos fotógrafos sólo pretenden presentarnos insustancial belleza, Muchiut no intenta deleitarnos sino conmovernos y en esa conmoción reside, la piadosa y profunda belleza de sus imágenes.

El hombre de la foto

El hombre de la foto te mira, oscuro, hasta los codos metidos en el barro. Los ojos redondos y abiertos por debajo de la realidad te miran, a vos que desde más arriba la pensás; porque mientras la realidad pesa el pensamiento flota. El gesto roto del labio de abajo caído como si pudiera llegar más abajo de la foto todavía quebrando en partes su cuerpo, es la gota que cae en aquel pensamiento tuyo para hacerlo rebalsar. Decidís alejarte de esa cartulina simple, esconderla inclusive entre una pila de papeles blancos, pero en el espacio se empieza a ahuecar un silencio profundo. Ahora quisieras hablar con alguien a cerca de cualquier otra cosa, lo necesitás; pero en tu casa no hay nadie más que vos y el hombre de la foto. Entonces salís a la calle de noche y vas hasta su propia casa, alguien te ha dicho donde vive. Él te abre la puerta y te prepara algo de comer porque vos no habías comido nada. Empezás a hablar y te escucha, te pregunta, te dice; se ríe con vos, y si es necesario se pone a llorar un poco. Volvés a tu casa aliviado, pero en el trayecto surge la pregunta que sin pronunciarse se había formulado desde el comienzo: ¿quién es el hombre de la foto?. El interrogante se funde en la noche, en su cielo negro despoblado de estrellas, en las casas agrietadas por el agua, el perro que pasa, la mujer desmerecida que deambula por la oscuridad, el obrero que madruga con toda su piel: ¿quiénes son esos otros? y ¿quién vendrías a ser vos incluido en semejante desconcierto?, ¿seremos algo a caso?, miradas que pasan sin dejar huellas.

 

                                                                                                                                                                                        Elías Suárez.

EL GERIATRICO

Por Enrique Yapor

Conozco esos pasillos donde el aire tiene filo, donde cada rostro esconde una pregunta. Lugares habitados por seres tocando el fondo de algo que no se entiende, tan parecido a la muerte. Prohibido cruzar por la alegría. En esta orilla del puente están los viejos, junto a todos los pobres y olvidados...

Del otro lado, la sociedad eficiente y "productiva", con sus shopping y sus siluetas light como penúltimo trofeo de la decadencia. Un país exitoso, abroquelado en sus countries, jactándose de su tecnología, con sus balnearios exclusivos, sus espléndidas canchas de golf y sus vuelos internacionales con escala en el lujo y el derroche. Un mundo prolijo y puntual en su relación carnal con el primer mundo. "...y bue', qué le vas a hacer... yo no fui... hacé la tuya... si siempre que llovió paró... tomátelo con soda... y de última que se salve el que pueda..." Lo sabemos: el sistema que no da comida también niega abrazos.

Decía el poeta: "Cuántos pasaron sin verte hoy el día nació muerto qué poco le importa al mundo que la noche mate a un viejo."

Sin embargo, allá irrumpe Daniel diciendo hermano; silencioso ante el dolor; sumándose a todos los que todavía creemos que vale la pena cruzar el puente que nos acerque a los nuevos parias de la sociedad. ¿A quién le cabe duda? Daniel es un ser a contramano y a contrahora; sólo por no querer estar a contravida. El busca en un extremo de la vida y mira primero con los ojos del alma. Su cámara viene después, como un segundo testigo tardío y siempre secundario.

El arte para Muchiut es un ritual siempre precedido por el abrazo. Antes de decir belleza dice hombre, y por eso, no saca fotos con facilidad, las saca desgarrándose. Decía Camus "la gran obra de arte tiene menos importancia en sí misma que en la prueba que exige a un hombre y la ocasión que le proporciona de vencer a sus fantasmas y de acercarse un poco más a su realidad desnuda".

Siempre tuve la sensación que no es Daniel quien elige el tema. Lo percibo presionado, perseguido por esa realidad con la que se conecta. Esa experiencia interior hace que surja su arte con una mirada nueva. ¿Qué es, en definitiva, un creador? Es un hombre que en algo "perfectamente" conocido encuentra aspectos desconocidos. Maneras de ver. Allí donde algunos artistas ven un juego de técnica y equilibrio, y se regodean en una producción con acento estético, otros descubren un problema con el que construyen una propuesta vital. Cuando la pompa propia de un espíritu cortesano aparece en escena, no faltará quien prefiera la desnudez de un espíritu combatiente. Los resultados quedan a la vista: un arte placentero, de salón, frente a un arte incómodo, de la gente y de la vida.

Daniel eligió hace rato. La buena sociedad nunca fue recomendable para los artistas. Es mejor andar con el corazón rozando el infierno que vivir en un paraíso de necios. De las muestras de Muchiut esta es la primera en la que al pie de cada foto aparecen nombres y palabras. Pareciera como si esta vez las imágenes no bastaran. "Escuchen a los viejos" -nos dice Daniel. No son seres anónimos o excusas abstractas de un artista.

Amelia suplica: "no sufrir lo que estoy sufriendo". Escuchen a los viejos: "Dios me espera todos los días" dice Nélida, mientras Graciana quiere bailar. Ese es su sueño. Pero no de cualquier manera. Lo quiere hacer "con un lindo vestido de baile y zapatiyita de bailar". Escuchen a los viejos, repite la voz: "Agradezco a Dios con profundo sentimiento por estos años vividos" es el testimonio de Angela. Escuchen... Pero, ¿cómo?, ¿se han ido todos? Àdónde están?

Muere la tarde. El sol se roba las últimas voces. En algún lugar la noche en puntas de pie invita al secreto. A lo lejos, un perro ladra a una sombra desde un puente. Aquí renacen soledades y dolores. ¿Dónde están todos? Buscando un eco encuentro a Gelman, "Hurrah ¡Por fin ninguno es inocente!".Y otra vez ese silencio filoso que nos hace pensar que a esta ciudad le está faltando el alma.

Los hijos de la tierra

14-10-2010 | Daniel Muchiut, Hernán Ronsino

La fotografía de Daniel Muchiut podría actualizar la lectura de Una excursión a los indios ranqueles de Lucio Mansilla.

Por Hernán Ronsino.

El fotógrafo argntino Daniel Muchiut empredió en 1992 un viaje hacia la tierra de los Wichis, Tobas y Pilagás. De ese viaje, que repitió en 1996 y 2004, nace, primero, la serie de fotos titulada Los hijos de la tierra y ahora su primer libro.

Pensaba que la obra de Muchiut –incluidas las diversas series que ha realizado, por ejemplo, Hombres de barro, La vida de Oscar, El Matador y María o Las flores del mal — dialoga muchas veces con los textos fundantes de la literatura argentina: El matadero, Facundo, Una excursión a los indios ranqueles.

Imaginaba, entonces, una posible edición del relato de Mansilla  intervenido con las fotos tomadas por Muchiut en la tierra de los Wichis. El relato de Mansilla (1870) contrastado por las incrustaciones fotográficas de Muchiut (1992, 1996 y 2004). Esas incrustaciones fotograficas vendrían, en la imaginaria edición, del futuro. Es decir, brotarían como reflejos o espectros futuros porque las fotos de Muchiut están contenidas en la raíz, en el fondo de cada una de las palabras enunciadas por Mansilla. Muchiut muestra lo que quedó o mejor lo que dejó la barbarie (”No hay peor mal que la civilización sin clemencia”, anticipa Mansilla en el epílogo de su texto). Por eso el viaje de Muchiut a la tierra de los Wichis, Tobas y Pilagás se parece al reverso, al negativo del viaje de Mansilla.

En las fotografías de Daniel Muchiut la figura del viaje aparece como una constante, como un núcleo que articula la mirada. Ese viaje siempre es hacia una zona marginal, desconocida y a la vez estigmatizada. En esa región oculta, entonces, Muchiut va tejiendo una estética que enhebra la tensa relación entre existencia y memoria. Intemperie y Casa se enriedan en el barro del mundo, se traban en un combate continuo. Luchan, en las fotos de Daniel Muchiut, como esos perros cazadores que van de un lado a otro, incansables: van, por ejemplo, de la calidez de los bares a la soledad de los girasoles resecos.

DANIEL MUCHIUT FOTOGRAFIAS, CHIVILCOY 1998-1999

JUAN TRAVNIK. Director de la Fotogaleria del Teatro San Martín

Cuando parecen haber caído las posibilidades de soñar un mundo mejor y más justo. Cuando se quiere definir por decreto la muerte de las utopías, como si fuera posible la existencia sin una estructura de pensamiento que nos permita el sueño de una vida mejor, la obra de Daniel Muchiut se instala nuevamente con la firmeza del que cree visceralmente en lo que hace.

Testimoniando la realidad que lo rodea el autor habla, en una lectura más abarcadora, de la condición humana.

"La vida de Oscar", el protagonista de una de las series, cambió sustancialmente al quedarse sin el empleo que tenía en uno de los hornos de barro de Chivilcoy. Se tornó huraño y, en una actitud casi autista, se fue a vivir en un viejo automóvil abandonado en las afueras de la ciudad. En ese mundo de hastío lastimoso, el personaje de espalda encorvada y existencia precaria y angustiante, que comparte sus horas sólo con algunos perros, se convierte en el eje de la metáfora construida por Muchiut para mostrar esa gran parte de la sociedad empobrecida y abandonada. Las imágenes dan cuenta de un gran acercamiento con el personaje, que se convierte en un ser familiar y entra–able para el autor. Sin embargo, la aparición de Oscar a lo largo de todo el ensayo es esquiva. Aparece lo necesario para conmover desde la ternura, el desamparo o la fiereza.

En su otro ensayo, los girasoles describen una extraña parábola. Los amaneceres prometedores, las turgencias plenas y vitales de las primeras fotografías, se van transformando con el devenir de la historia en imágenes oscuras y deprimentes. Como almas deshilachadas de cabezas gachas, parecen ejércitos en retirada, que dejan tras de sí desolación y tierras desvastadas, en las que sólo sobrevuelan, como en una imagen premonitoria, algunas aves de rapiña.

Acercarse a la obra de Daniel Muchiut no es una tarea fácil. No nos espera la complaciente sensualidad de la estética: ni la etérea belleza de la naturaleza ni la voluptuosidad  de los cuerpos desnudos.  Su obra es vigorosa, profunda y cruda. Y aunque desnude la realidad con brutal mesura muchas veces dolorosa, su obra no denuncia: advierte.

No es  fotografía de militante ni de reportero. No es dudosa propaganda ni crónica severa.

Con una poco habitual honestidad intelectual Muchiut nos cuenta historias de pobreza y desamparo, de marginalidad, de discriminación sin dudas;  sus personajes son reales, de carne y hueso, tan cercanos y tan lejanos a la vez. Hombres llanos, hombres sin nombres pero con destino de irrefutable trascendencia. Como en el poema borgeano,  “un hombre trabajado por el tiempo, un hombre que ni siquiera espera la muerte…”

 

En esta nueva serie Muchiut apela con igual eficacia y profundidad al sentimiento y la nostalgia.

Sin condescendencia ni golpes bajos nos introduce en esta casa - La Casa – que, como en un lento  déjà vu,  recorremos paso a paso.

Nos sumergimos con insospechada añoranza en el mundo de los recuerdos;  nos asomamos a los muebles heredados con las marcas del tiempo en su pintura desgastada;  a las viejas fotografias familiares; a los souvenirs ( que hoy sin duda instalaríamos en el campo del kitsch);  a aquellos  “…perfumes, colores y sonidos en que reconocemos un instante del mundo…”  al decir de su entrañable Olga Orozco.

Debemos reconocerlo: la calidad de las imágenes, su tangible apariencia, su estructura espacial,  hacen que nos sintamos un poco intrusos en ese universo tan intimo y personal. Pasamos de una fotografía a la siguiente con la extraña  sensación de quien espía por el ojo de la cerradura: un poco con el goce del voyeur, un poco con la timidez del culpable…

Mientras un tango suena triste y lejano, una postal nos desorienta: está en el cuadro, está fuera de él. El artista juega con nuestro infantil desconcierto: con ese breve gesto nos incluye en la toma, nos hace partícipes necesarios de la escena, actores, ya no espectadores.

Y entonces nos damos cuenta de que sin saberlo ya formamos parte de su propio y vital universo…

 

Roberto Amena

Director del Museo de Arte Moderno “Raul Lozza”

Hace algo más de dos años, Daniel Muchiut conoció la casa de Doña Carmela, una vecina de Chivilcoy, como él, que estaba llegando a los noventa años. Ya en la primera visita, tuvo la impresión de haber estado anteriormente en el lugar. Se sintió trasladado a los escenarios en los que había transcurrido su infancia, en la década del sesenta. Los ambientes típicos del hogar de una familia obrera bonaerense de clase media baja, con paredes de colores pálidos, pisos de mosaicos y pequeños adornos en cada rincón. Mientras recorría las piezas, en ese diciembre caluroso, no dejaba de pensar en las viejas postales que guardaba desde hacía tiempo. Hasta que al ver el arbolito de Navidad instalado en la damajuana, completó la idea: había encontrado el escenario para fotografiar las viejas postales que atesoraba desde hacía años.

El eje central de La casa, este nuevo ensayo de Daniel Muchiut, explora los mecanismos que pueden vincular las imágenes con la memoria. Se entrelazan los recuerdos de la dueña con esas postales que conservaba el autor. Y se ven en dos planos: en el de la fotografía principal, ambientada en los rincones de los cuartos, y en los registros documentales que muestran también cada dorso, con los textos que tenían escritos. Una manera de evocar el pasado y quebrar el silencio y las ausencias que con el paso del tiempo se fueron adueñando del presente de Doña Carmela.

 

Juan Travnik

LA VIDA DE OSCAR

Fue realizado entre los años 1998 y 2000.

 

La desocupación, los resabios de aquella desindustrialización no solo pulverizaron los sueños de la mayoría de la clase media, sino que provocaron la irrupción en masa de una nueva clase social: "Los nuevos pobres". Ya no es necesario hundir los pies en el barro para ver el rostro de la miseria.

Los desamparados merodean por toda Argentina, arrastran su dolor por todas partes, duermen a la intemperie y revuelven la basura para poder comer. El fenómeno en Argentina es mucho más grave, porque de hecho, el achicamiento de la clase media es constante, desde hace muchos años y consecuentemente los pobres son cada vez más.

Esta preocupación me condujo a profundizar en este problema, del cual tampoco me siento ajeno ya que mi situación laboral es muy inestable y tratando de entender a los desocupados comencé a vivir la experiencia de mostrar la vida de uno de ellos.

Es la historia de un empleado de los hornos de ladrillos de mi ciudad "Chivilcoy", que al encontrarse acorralado por este sistema discriminatorio optó por vivir una vida marginal al borde de la sociedad. Oscar es el reflejo de cada vez más seres humanos que se alejan de la realidad que los oprime para encontrar en su propia sombra, un poco de consuelo y verdad.

Seguramente estoy mostrando mi propio autorretrato, imágenes de mi vida contadas a través de este obrero.

Los nuevos pobres son desocupados de la industria, agricultores cuyos cultivos se secaron, jubilados castigados por recompensas magras y trabajadores con sueldos bajos, incapaces de pagar un alquiler, como Oscar, el trabajador del ensayo que les presento, que pelea día tras día durmiendo en el asiento de un auto abandonado, sufriendo el frío, el hambre y las desigualdades con que como él millones de personas, salen como sombras, por las calles desiertas y se los ve revolver los tachos de basura. No hay futuro, ni protección para ellos.

Parias de la ciudad, se hunden en su propia desolación...

Uno de mis temores es que el nuevo modelo que se le propine a la sociedad desencadene un individualismo salvaje que termine por disolver los pocos lazos de solidaridad que quedan en los pueblos.

Espero que este pequeño acto de creación sirva para la reflexión de las generaciones venideras al ingresar al nuevo milenio.

D. M.

 

LO POPULAR

por Luis Rositto

 

Alguna vez, alguien que sea dueño de fuerzas geniales, tendrá que realizar el ensayo de la influencia de lo popular en el destino de nuestra América, para, recién entonces, poder tener nosotros la noción admirativa de lo que somos.

Esta pobre América que tenía su cultura y que estaba realizando, tal vez en su dorado fracaso, su propia historia y a la que, de pronto, iluminados almirantes, reyes ecuménicos, sabios cardenales, duros guerreros, y empecinados catequistas ordenaron: ¡Cambia tu piel!, ¡Viste esta ropa!, ¡Ama a este Dios!, ¡Danza esta música!, ¡Vive esta historia!

 

Así, magistralmente, Homero Manzi iba poniendo mojones en el pensamiento nacional. Delinean-do una historia con la firmeza de quien construye futuro, con los ojos del alma puestos en el hondón germinal donde subyace la historia, la mejor historia de un país en el que aún hoy lo popular necesita explicaciones para algunos distraídos, para llamarlos de alguna manera -condescendientemente hablando-.

Los años me enseñaron que los afectos no deben comprometer opiniones. Sin embargo hay ocasiones, sobre todo en esas punzantes invasiones a los sentidos que son la obras de Daniel Muchiut, cuesta muchísimo mantener esa imparcialidad necesaria para que la mirada sirva como devolución, al menos.

Me cuesta muchísimo mirar, hablar, opinar desapasionadamente sobre Daniel, el Bayo o Agustín. Sensibilidades aparte, los dos últimos son además de artistas, hijos de amigos y entonces son, para mí, un poco hijos, un poco amigos. Con Daniel es otra cosa. Lo de Daniel es emoción. Admiración hacia su arte.

En Daniel se subliman las palabras de Homero cuando dice: Instinto de pueblo. Creación de pueblo. Tenacidad de pueblo.

Soy espectador de la obra de Daniel en la mesa de su estudio, he sentido con orgullo varias veces de su boca ese ¿Qué te parece?, mientras diseminaba fotografías que me despertaban sensaciones fuertes, que inundaban mi mente con la incertidumbre por saber si debía coincidir en mi lectura con la génesis de cada foto.

Sin saber que cada imagen tomada de la vida genera ese juego entre el autor y su  público.

En todo esto, Chico Sprint y sus guitarras no son convidados de piedra.

Son actores. Cantores. Músicos. Que vistos por las cáma-ras de Muchiut, Oteiza y Manavella, generan el reconocimiento y el aplauso que la vida y la gente a veces retacean.

Por eso también el mensaje vuelve a ser mejor interpretado por Manzi, cuando dice:

"Por eso yo, ante ese drama de ser hombre del mundo, de ser hombre de América, de ser hombre Argentino, me he impuesto la tarea de amar todo lo que nace del pueblo, todo lo que llega al pueblo, todo lo que escucha el pueblo".

 

Y por último permítaseme coincidir con el autor de Sur sobre el Cantor Popular que nos regalan nuestros amigos como una fiesta para los sentidos y el alma...

"¿Es un poeta? ¿Es un payador? ¿Es un cantor?

No lo sé. Pero sé, eso sí, que él canta y que su pueblo lo escucha, mientras poetas nacidos de esta tierra, que no son de esta tierra, viven arrojando parvas versificadas con resonancias exóticas, al abismo sin eco de la cultura vanidosa que, para mayor desgracia, tiene, bajo la Cruz del Sur, el estigma trágico de la esterilidad".

Muchiut: El drama cercano

Por Manuel Santos / Curador de Fotografía - España

La década de 1990 ha visto consolidarse a la Fotografía Argentina, aupándose al carro de países latinoamericanos con una mayor presencia en colecciones y exposiciones. todavía, las exposiciones en España son escasas y por ello, hace tres años, no dudé en acudir a la que se anunciaba como una pequeña exposición en Madrid de un "desconocido" fotógrafo argentino. Allí conocí a Daniel Muchiut, encontrándome con un fotógrafo reflexivo e increíblemente maduro para su edad. La fuerza de sus temas y la riqueza plástica de sus fotografías me sorprendieron.

Desde entonces, he podido seguir varios proyectos fotográficos de Muchiut ("Hombres de Barro", "La Fábrica", "Historias de Bares",...) hasta llegar al œltimo que ahora se divulga: "La vida de Oscar". Para realizarlo Muchiut se ha sumergido, con cariño y respeto, en la vidad de este personaje, que perdió el empleo en un horno de adobe y se encaminó hacia una existencia aislada, casi monacal, en un automóvil abandonado en un vertedero fuera de la ciudad de Chivilcoy. Haciendo memoria, recuerdo cómo la mayoría de los reportajes sobre este tipo de personajes se concentran en una visión "misionera", que nos convenza de la necesidad de movernos, de actuar; pero son menos los que nos hacen entender otras opciones de vida muy lejanas a las "convencionales". Quizas es por ello que Muchiut decide ignorar primeros planos y situar a Oscar de forma un tanto lateral y esquiva en sus composiciones: apareciendo y desapareciendo entre sus perros, incorporándose en un horizonte de basuras y objetos de todo tipo.

En la fotografía argentina contemporánea, hay un gran interés en las nuevas generaciones por seguir de manera profunda, a la manera del clásico entre los clásicos: W. Eugene Smith, que pasaba meses afinando sus reportajes. Así podemos hablar de Adriana Lestido, que abordó un emocionante ensayo sobre las relaciones Madre-Hija, y también fruto de la perseverancia aliada con un gran respeto es el trabajo de Helen Zout sobre los niños afectados por Sida. A mi juicio, Muchiut es el que mejor continúa la línea iniciada por Smith. Logra ese difícil equilibrio entre lo documental y lo estético de las mejores fotos de Smith. Sabe documentar la escena, transmitiendo el drama con la dosis justa de dominio técnico y estético, para hacerlas imborrables después de haberlas visto tan solo una vez. En sus muy conocidas series "La Fabrica" y "Hombres de barro", la mirada directa, centrada, del personaje se clava en el espectador. Sin embargo, opta en otras por buscar el poder de choque y evocación que tienen las figuras en los bordes de la imagen. Su cámara secciona con precisión singular animales, cuerpos y rostros en las serie "Bares", "Perros" o en la que ahora nos ocupa, "La Vida de Oscar".

A través de todos sus reportajes se aprecia un doble enfoque, ambos muy diferentes pero complementarios: es capaz de acercarse al drama humano pero también logra que exuden su poso de historia objetos o escenarios. Muchiut no está interesado en expresar la "epopeya" del trabajo manual, como nos tiene habituados Sebastiao Salgado con sus tomas generales y atmósferas que retrotraen a las escenas bíblicas. Su planteamiento es mostrar la persona trabajadora, su relación con los materiales e industrias básicas, la sencillez y pobreza de sus utensilios y "máquinas". Simultáneamente su ojo adiestrado extrae emocionantes imágenes de objetos o escenarios.

En "Hombres de barro", muchas de sus tomas tienen la concentración y belleza simple de algunos expresionistas abstractos. Por ejemplo: la fotografía que inicia la serie con un barrizal de increíble belleza, donde la mirada vaga por los detalles como en los lienzos de Rothko; o aquella otra en la que los jirones de un trapo, empapado en el lodo, se combinan con las puntas de una valla, para traernos a la memoria los trazos de un Clifford Still. A través de la secuencia magistral de "La vida de Oscar" se suceden tanto unas como otras, e incluso en algunas imágenes roza la perfección al lograr la síntesis de ambos enfoques.

En una conferencia reciente, Salgado afirmaba que sus imágenes son solo documentos y, sin embargo, su estética devora su contenido ético. En sus fotografías, Muchiut, con su humildad característica, no se obsesiona con ofrecer un documento en clave "seudo-artística" sino en mirar con dignidad a otros compañeros en su trabajo diario. Aunque muchos prefieran seguir "conmocionándose con el dolor lejano", todavía a Muchiut le queda mucho por contar sobre el drama cercano al que asistimos.

Marcela Scelza

 

"Hay golpes en la vida tan fuertes… Golpes como del odio de Dios; 

como si ante ellos la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma"

César Vallejo

 

Entre otras razones, el arte existe  para dar cuenta de  lo que pretendemos ignorar. El artista toma nota de aquello que fingimos no  ver, de aquello que  de a poco vamos dejando al  costado de nuestras comodidades.  Y entonces aparece lo invisible. Y muchas veces de manera directa, como en el caso de las fotografías de Daniel Muchiut. En su obra no hay eufemismos.  Tal vez porque tampoco los hay en su postura estética. Entre  él y esa realidad  que golpea y a la que nos enfrenta en un duro ejercicio de  espejos distorsionados, no hay una línea divisoria. No se coloca "en frente de" con su ojo inquisitivo. Se ubica en el interior mismo de la escena y se mimetiza con ella.  

En sus fotografías  Muchiut retrata el dolor,  el olvido, la soledad. Y en la muestra que en esta oportunidad presenta el Museo de Arte Contemporáneo  Raúl Lozza ese dolor tiene nombre propio. "La vida de Oscar" es el registro de una existencia. Oscar  no solo vive en algún lugar de este mundo. Oscar existe. Y existe porque Muchiut, en su trabajo de fotógrafo-antropólogo, lo hace visible y le otorga la entidad de la que ha sido despojado. Oscar es él y su circunstancia de hombre solo, de hombre desplazado, de hombre desamparado. El artista hurga en ese rostro en el que el tiempo inscribió marcas profundas y en él es capaz de inventariar una historia  a través de los años, pero no solo como un ensayo artístico en medio de búsquedas estéticas, sino como un compromiso de vida inevitable, porque para Muchiut no hay poses, no hay imperativos. El arte no "debe ser"  compromiso: es compromiso. Se siente éticamente interpelado y obligado a mostrarnos eso que está ahí, eso a lo  que no queremos ponerle nombre. En  "La vida de Oscar" no hay representación sino mimesis en el sentido más filosófico y literal del término.  El seguimiento que el artista hace de la vida de Oscar, cámara al hombro,  es a la par, lo que le permite un registro naturalista de “esa resaca que se empoza en alma”.

Daniel Muchiut nos habla de los golpes fuertes de la vida. Y como en las palabras de Vallejo, hay una extraordinaria belleza en lo trágico.

Muchiut

(entre la intemperie y la casa)

 

Por Hernán Ronsino

 

 1. La mirada del narrador

 

Un día Daniel Muchiut me invita a conocer su obra. Pasamos una tarde, en su estudio, contemplando las distintas series que, hasta ese momento, había realizado. Hombres de barro, Historias de bares, Vida de perros, por ejemplo. Recordé, a medida que miraba las fotos, alguna escena de la película Cigarros, en donde un hombre,  Harvey Keitel, todas las mañanas a la misma hora tomaba una fotografía desde la esquina de su local. Y luego las guardaba en un álbum. Cuando le muestra las fotos al protagonista de la película, Keitel le recomienda que las mire con tiempo, porque cada foto, le dice, demanda un tiempo apropiado para ser vista, para ser contemplada. Entonces el protagonista, que es un escritor como Paul Auster (autor del libro que inspira el film) se da el tiempo, comienza a descubrir detalles, continuidades entre una foto y otra; el relato, aparentemente quieto en la foto, comienza a tomar vida. Y así el protagonista descubre a su mujer, el recorrido que cada mañana su mujer, muerta, hacía para ir al trabajo. Un mundo detrás de la supuesta fijeza de la imagen: el otro mundo, lo que no vemos. Lo mismo sentí esa tarde mientras miraba  a los trabajadores de los hornos, mientras miraba a los tipos sentados en los bares, bares que no parecen bares, que son más bien el último refugio de la esperanza. Había un relato silencioso, ahí, hablándome, entrando como la luz por los agujeros de las chapas de la fábrica abandonada. Había un relato que me susurraba algo al oído, una y otra vez, cuando aparecía, por ejemplo, la cama desierta del geriátrico, o un cuerpo marcado, o un niño wichi sosteniendo una caña. Un relato abarcando el susurro de la existencia.

                                                    

                                                             

 

                                                       ***

 ¿Qué significa, entonces, ser un narrador? Un narrador es alguien que cuenta historias, que transmite experiencias humanas. Hace posible, por lo tanto, la comunicación. Y, a través de esa comunicación, recupera formas de la memoria. Nos conmueve. Narrar, entonces, es un atributo humano. Cuando hablamos de Daniel Muchiut estamos hablando de un narrador: un narrador que cuenta historias a través de sus fotografías. Todo narrador construye relatos. Y, como se sabe, no hay relato sin una mirada. Antes que la técnica, antes incluso que el objeto a retratar está la mirada del narrador, está su manera de contemplar el mundo. La fotografía, como cualquier creación artística, no es posible si antes no hubo una construcción subjetiva de la realidad, un trabajo reflexivo sobre esa materia. Es decir, la invención de un punto de vista. Y desde esa zona previa, intuitiva o deliberada, Muchiut, por ejemplo, en cada una de sus fotos se lanza a explorar un mundo aparentemente cotidiano. Pone el cuerpo en esa búsqueda. Y descubre que lo cotidiano es una farsa, un barniz que oculta algo profundo: lo ominoso de la existencia humana. La mirada de Muchiut se posa sobre las grietas de la existencia, sobre ese territorio incómodo que la mirada de sentido común, anestesiada por la rutina, no puede ni debe mirar: la geografía de los “otros”. Y así, como en un juego de espejos, desnuda los hilos que organizan el mundo de lo “normal”. Muchiut, entonces, se involucra como artista en la trama de lo real para, luego, transformarla con su obra. Porque toda creación es una forma de alterar el mundo. Toda narración modifica, empaña la mirada de la realidad.

 

2. La existencia como intemperie

 

En Muchiut late, primero, la existencia. Su obra está atravesada por una mirada existencialista del mundo. Esto se ve, claramente, en las series de fotografías en blanco y negro que componen toda la primera parte (de Hombres de barro a La vida de Oscar)  y que comienza a mostrar a partir de1989 al 2001: la ausencia de los colores, de los contextos históricos, hace emerger la cuestión de la existencia como problemática universal. El hombre está en el centro. Una postura bien enfrentada a la lógica posmoderna, hegemónica por esos años, que desintegra la noción de sujeto. Se trata, en Muchiut entonces, de un tipo de existencialismo que piensa al hombre como un ser arrojado a la intemperie. La existencia planteada como una condena inevitable o una herida absurda.

La vida de Oscar, como la de Sisifo, es un reflejo de esta intemperie.

 

3. La historia como casa

 

Y con la existencia, enredada, late la historia. El hombre, arrojado al mundo, intenta, a través de discursos de ficción, fabricar sentido, como aquellos hombres de las cavernas fabricaban fuegos para refugiarse del frío: esas ficciones que dan calor y cobijo al alma cubren la grieta, la herida absurda. O al menos intentan hacerlo. Esas ficciones, los sentidos que el hombre fabrica en su vida mundana, podemos pensarlas como un refugio, como la casa que arraiga y nos hace sentir que estamos a salvo de la intemperie. Pero Muchiut también hurga en esa zona de seguridades modeladas por la ficción, hunde su mirada y nos demuestra lo frágiles que son sus estructuras.

 La foto que sintetiza esta búsqueda dialéctica entre la existencia y la historia, entre la intemperie y los recuerdos mundanos, es aquella en la que se lo ve al propio Muchiut partido al medio, una grieta lo quiebra, de dolor, y, mientras ese dolor hondo desgarra, Muchiut se aferra – como los personajes que retrata – a un cuadro familiar. La convivencia dialéctica entre la conciencia de la intemperie (su desgarro, el desgarro que esa conciencia genera) y el alivio que da el afecto, el pasado, la trama familiar: la casa. Entre el desamparo y los recuerdos, entonces, sobre esas aguas navega el hombre. Entre la intemperie, violenta, del mundo y las fotos familiares: los retratos del pasado, la ceremonia con los muertos. En Los hijos de la tierra hay una pared de barro, resquebrajada, y en el centro, pequeña, una foto religiosa: una y otra vez, incesante, la tensión entre el barro inmenso y las telas imaginaras que nos alivian.

 

 

 

Con la serie El matador en 2002 aparece el color. Y ciertos símbolos se ubican en primer plano, con insistencia. Por lo tanto se ordena una obsesión en torno a una trilogía compuesta por el homenaje político, el retrato familiar y el símbolo de la fe: (Perón y el caballo blanco, una fiesta de casamiento o San Cayetano). En ese territorio se fabrican las identidades, las ficciones amasadas con el barro de la historia. Ficciones que se vuelven trama, que construyen el pasado, un pasado que fue luminoso (la memoria del primer peronismo, por ejemplo), un pasado que abruma como una tormenta sobre el presente, desgastado y sin fe.

Entonces en Muchiut no podemos pensar al hombre sin la grieta que lo constituye, ontológica, y, además, sin esa trama de ficciones que trata de remediar la falla original.  Por eso el vino puro empuja la amargura en la garganta de los hombres que, entre sombras, ven de qué modo el mundo se deteriora.

                                                   *** 

 A lo lejos aparece el bar. O una luz entre los montes. El bar y sus fotos en las paredes; el bar cargado de voces y vino: los recuerdos (adentro sí importan los colores, los tonos, los matices, en la casa hay colores) pasan con velocidad o más lentos que una nube por las cabezas de los tipos que, con las manos manchadas de barro, prefieren hundirse en el calor del bar, prefieren el silencio o los cuentos al frío helado de la intemperie: por afuera anda Oscar habitando su reino; los vidrios de la ventana del bar se empañan; en los campos los girasoles secos y algunos perros husmeando bajo un cielo tormentoso. Por eso es mejor estar adentro, acá, en el bar, con un vaso de vino y escuchando las canciones del Cantor Popular (que se llama Speranza) y que ahora entona las estrofas de Simplemente María o de Malena o de La marcha peronista (y cuando, por ejemplo, canta La marcha, el tipo al que llaman Matador se para, se saca de encima a esa mujer rubia que lo sigue como un fantasma, y le agradece al Cantor con el vaso en alto): adentro entonces se amontona la vida, junto al fuego de las historias: la casa está hecha de historias y de encuentros: esa trama es el último refugio de la esperanza. O, tal vez, la esperanza misma.

 

Diario “La Nación”2008

Retratos de Chivilcoy

Daniel Muchiut, fotógrafo aficionado que causa afición entre los entendidos

 

A Daniel Muchiut le gusta un cuento de John Berger. Daniel Muchiut vive en Chivilcoy, a 200 kilómetros de Buenos Aires. John Berger vive en algún lugar de Europa. Y, en principio, la distancia entre cualquier lugar de Europa y Chivilcoy parece medirse más fácil con una palabra que con números: lejos.

 

El cuento de John Berger que le gusta a Daniel Muchiut cuenta la historia de un cartero.

 

De paso por Buenos Aires, gracias a un franco en la imprenta donde trabaja desde hace 25 años, Daniel Muchiut dice sobre el cuento de John Berger: "Habla sobre un cartero que, durante uno de sus recorridos, se tropieza con una piedra enorme. La levanta y la forma que tiene lo fascina. Desde ese momento, durante los próximos 20 años sigue haciendo el mismo camino todos los días y juntando distintas piedras de formas increíbles con las que termina haciéndose un castillo; un castillo para vivir en medio de esas mil formas".

 

A Daniel Muchiut este cuento le gusta porque le parece que, pese a haber sido escrito lejos, habla un poco de él y un poco de la diferencia que él ve entre los artistas del campo y los artistas de la ciudad. No dice artistas, dice "los que hacemos arte", porque los verbos le suenan menos grandes, menos jactanciosos que los sustantivos. Así, tal vez más que decir que Daniel Muchiut es un fotógrafo sería más coherente definirlo como alguien que saca fotos.

 

Nacido en Chivilcoy hace 40 años, desde los 19 fotografía su entorno: fábricas cerradas, perros salvajes, un campo de girasoles devastado por el paso de la langosta. Esas imágenes, no hace mucho, fueron admiradas en el FotoFest, el prestigioso festival de fotografía mundial con sede en Houston, Texas, por fotógrafos y curadores de todo el mundo.

 

Con calma

 

Según cuenta Elda Harrington, fotógrafa, curadora y promotora incansable de la obra de Muchiut, sus fotos llegaron al público siempre por insistencia de quienes lo conocen y admiran. "Nunca por propia presión; es humilde y no entiende que su obra tiene un gran valor -cuenta Harrington-. En el Festival de la Luz 2006, la última edición, lo convencí para que tomase un día de licencia en su trabajo y viniera a mostrar sus fotos. A los revisores les encantó. Wendy Watriss, directora de FotoFest, me llamó para decirme que le daba la beca de la inscripción y el hospedaje."

 

Durante la muestra en Houston, Anne Tucker, curadora de fotografía del Museum of Fine Art adquirió cuatro de sus obras para su prestigiosa colección, y varios curadores y directores de festivales lo invitaron a exponer. Muchiut habla sobre esos acontecimientos con calma: "Volví de Houston y a la semana tuve que volver a trabajar como siempre; agarré la bicicleta y me fui a la imprenta".

Como el cartero del cuento de Berger, Muchiut hace y deshace mil veces el mismo camino juntando imágenes fascinantes: la historia de un hombre que vive en un auto, un matador de cerdos en una curtiembre, marcas en las camas, en los cuerpos, esperas ociosas en bares oscuros. "Yo pertenezco a ese entorno, mis imágenes son de pocas cuadras de donde yo vivo", dice Muchiut, y define ese lugar que habita, ese mundo que retrata como marginal: "Ser marginal es estar al margen de un arte más oficial, yo lo siento por ese lado. Mis circunstancias geográficas me dejan, muchas veces, afuera de lo que pasa en el circuito".

 

Pertenecer al interior, paradójicamente, es muchas veces quedar afuera. Pero a Daniel Muchiut su condición, según cree, le da una impronta particular, una identidad y una fuerza especial: "Mi papá vino de La Pampa viajando semanas para levantar una casilla de chapa y pelearla; los padres de mi mamá se escaparon de la guerra en barco y en esas raíces, en esa gente luchadora deben haberse entretejido mis genes. Es como el cuento del cartero: cuando estás solo, en el campo, te tiene que sostener una energía mayor, distinta. Te sostienen las ganas de generar una obra".

 

Y son esas ganas, como pasó en el FotoFest, las que pueden hacer que la cotidianidad de un pueblo de 70.000 habitantes cobre una dimensión inesperada: "Es como la música. Uno puede estar escuchando a un africano golpeando una caja y acceder a esas emociones. Con la fotografía pasa lo mismo: las historias que cuento se pueden volver universales".

 

Santiago Craig

VIDA DE PERROS 

CHIVILCOY (BUENOS AIRES, ARGENTINA) 1994-1995

GORETTI OLIVE MORGADO / Critica de Arte de la Revista FV (España)


Ellos son, se lo aseguro, a quienes desearía tener cerca en situaciones de peligro inminente. Su fidelidad les hace ciegos: no piensan, sólo actúan en caso necesario. Darían la vida sin meditarlo un segundo por defender a la persona que les alimenta día a día y que rige sus horas. Ellos son nuestras mascotas los perros, "el mejor amigo de la persona", según se dice. Y es verdad. Tengo una amiga que dedica la mayor parte de su tiempo libre a cuidar de estos amigos a quienes sus dueños han abandonado. No le hables de comprar un perro; en el albergue donde ella colabora desinteresadamente no los adquieren por dinero: los adoptan - ella ya ha acogido a dos en su casa -.

Mi amiga Eva adora los chuchos, le encantan los palleiros, como se dice en mi tierra. Todos los actos de mi amiga, todas sus actitudes, todos sus comentarios denotan ese amor especial que va más allá de la actitud normal que mantenemos los amantes de los animales.

AMBIENTE INQUIETANTE

Aún sin conocerlo en profundidad, tengo la misma sensación con la actitud fotográfica de Daniel Muchiut. Las imágenes que conforman esta serie, que lleva por título "Vida de Perros...", fueron tomadas en la ciudad de Chivilcoy (Buenos Aires, Argentina), entre 1994 y 1995. Los animales de las imágenes son masas de carne llenas de ternura que nos olfatean con sus hocicos, nos miran con pavor, pendulan la cola con alegría, nos lamen con ahínco, gimen de miedo; son cuerpos peludos brillantes que corren, juegan, se cuelan por los lugares más inaccesibles... Y sin embargo, existe algo inquietante en el ambiente de estas fotografías; da la sensación de que un destino incierto y terrible les acecha.

¿Qué vil final ha pensado el ser humano para estos animales? ¿Qué beneficio obtienen de ellos? ¿Los utilizan para cazar; para disputar carreras, sangrientas peleas o los adiestran como perros lazarillo? ¿Son chuchos abandonados a la espera de tres días para la cámara de gas, son perros guardianes o su misión es cuidar los rebaños de los pastores? ¿Se dan cuenta de que siempre, siempre sin excepción, los estamos utilizando para propios fines?

Y ellos aún parecen sonreír y disfrutar como niños, tiemblan de placer y se estremecen bajo las caricias de una mano despiadada.

¡Tan ajenos están en su inocencia sobre la suerte que el destino les depara! (¿por qué será esa manía de llamar destino a nuestras propias voluntades?)
Disfrute de las fotos del argentino Daniel Muchiut quien, en los ratos libres que su trabajo como diseñador gráfico le permiten, capta la esencia de una vida de perros como pocas veces antes había visto.

Roberto Amena

 

Pocas veces nos enfrentamos a una trayectoria artística de inmutable coherencia como la de Daniel Muchiut. Desde las primeras producciones fotográficas a sus veinte años ( Hombres de barro, 1989 ) donde retrata con crudeza y sin ambages la realidad del trabajo en los hornos de ladrillos, hasta hoy, ya reconocido artista en sus casi cincuenta, abordó con técnica notable muchos de los temas que lo preocuparan a lo largo de su vida. La soledad, la vejez, la pobreza, el abandono, cruzan su obra en toda su extensión. La suya no es una obra artística fácil de digerir, tampoco asume una actitud panfletaria de denuncia. Simplemente (nos) presenta el mundo que ve a través de su lente inquisitoria. Las imágenes, de una gran belleza compositiva y un impecable manejo de luces y sombras, golpean al espectador donde más le duele, hunde el dedo en la llaga social, lo provoca, lo intima no solo a ver o a reconocer un drama sino a actuar, a comprometerse con esa realidad.

Es posible que sea esa la razón por la que, paradójicamente, Muchiut sea reconocido en muchos ámbitos por su obra más poética. Y en ese sentido, las que integran las series Vida de perros y Las flores del mal seguramente son sus imágenes más difundidas. Sin embargo, esa misma poética visual se advierte en todo su trabajo: en la desesperanza de Los hijos de la tierra, en la tristeza otoñal de El geriátrico o en las crudas imágenes de El matador.

En La vida de Oscar, que hoy nos presenta como una mirada retrospectiva, Muchiut pone en juego todo su andamiaje técnico y estético. Superándose a sí mismo, compone un extraordinario relato visual donde hombre y bestia son protagonistas de un mismo espacio onírico, un juego gestáltico donde la interacción deviene en transformación.

RETROSPECTIVA EN EL SAN MARTIN

Por Sara Facio

Curadora y Editora de “La Azotea” – Buenos Aires 1994

 

Uno de los privilegios de dirigir una FotoGalería es el de tener oportunidad de recibir fotógrafos desconocidos que –algunas veces- nos sorprenden por su calidad.

Es el caso de Daniel Muchiut, que me presentó las cuatro series que vemos en la FotoGalería del Teatro San Martín, tal cual se exhiben, con esa pulcritud, calidad de copiado y coherencia temática.

Hombres de Barro (1989/1990); Historias de Bares (1991/1992); De Wichis y Tobas (1992) y La Fábrica (1993/1994), guardan un estilo sobrio, clásico, de toma directa perfectamente compuesta, que resulta placentero contemplar.

Son fotografías puras.

Los temas nos dicen otras historias, menos placenteras pero igualmente dignas. Son historias humanas de gente que trabaja en medios hostiles y donde la solidaridad de los poderosos no debe ser moneda corriente.

Reconocemos estas fotos como una parte de nosotros. Es nuestro país pobre, desprotegido, al que no se le ve demasiado futuro, excepto en la mirada del fotógrafo. Muchiut sí se nos muestra como alguien que se conduele por sus semejantes y los presenta en toda su nobleza.

La muestra de Daniel Muchiut, joven de Chivilcoy, es un verdadero regalo para nuestros sentidos algo adormecidos.

Se la agradecemos, la contemplaremos y la recordaremos durante mucho, mucho tiempo.

Sobre lo bello y lo triste

Sin alejarse de su Chivilcoy natal, salvo para fotografiar a wichis y tobas, Daniel Muchiut ha retratado su aldea y ha pintado al mundo.

 

Sobre lo bello y lo triste

Por Marcos Zimmermann

Miguel Rodríguez, el extraordinario director de fotografía argentino nacido en Orán, responsable de las más exquisitas imágenes que se hayan realizado en nuestro cine, decía que los griegos habían construido la cultura más desarrollada con los medios más primitivos y, en cambio, los norteamericanos, la cultura más primitiva con los medios más desarrollados. Esta frase podría describir a muchas de las experiencias culturales que existen hoy en el interior de nuestro país que hablan de sus propias cosas solo a fuerza de la verdad que contienen sus mensajes. Este es el caso de Daniel Muchiut, un sorprendente fotógrafo nacido en Chivilcoy.

Desde esa ciudad y apartado de las posibilidades que puede brindar la capital de nuestra nación a un artista, Muchiut viene desarrollando una prolífica obra fotográfica para la cual casi nunca ha necesitado salir de su pueblo, ni renovar el austero equipo fotográfico con el que realiza desde hace años todo su trabajo. Allí, Muchiut ejercita sin descanso su pasión por retratar los aspectos menos vistosos de su pueblo, para convertirlos en piezas fundamentales a la hora de contar y entender algunos rasgos de nuestro país. Pero, además, lo singular de su trabajo es que, al mirar cualquiera de los más de veinte ensayos fotográficos que ha construido durante otros tantos años, uno se da cuenta de que, en realidad, más que relatar su propio lugar, sus fotografías hablan del mundo.

Es que las razones de esta universalidad de su obra son, por cierto, misteriosas. Quizás sea que no existe en ella nada de folclórico y mucho menos la exaltación de lo pampeano. Lo cierto es que sus ensayos podrían ser transportados a otras latitudes sin perder validez, sentido, ni sustancia, aunque al mismo tiempo, al mirar cada una de sus fotografías, uno tiene la certeza de estar frente a un trabajo profundamente argentino.

La clave está, me parece, en el ascetismo esencial que tiene Muchiut para enfrentar la realidad que lo toca y la manera directa que eligió siempre para contarla. Quizás sea su capacidad de mostrar con sencillez lo más profundo –algo de lo que solo son capaces los grandes artistas– aquello que acerca el trabajo de Muchiut a esa manera que tenían los griegos de construir su mundo, y que exaltaba la frase de Rodríguez.

Muchiut tiene un origen pobre. El mismo relata que vendió su bicicleta para comprar su primer cámara fotográfica. Que uno de sus abuelos llegó desde Italia después de la Primera Guerra. Que, el otro, se mudó a Chivilcoy desde Trenel (un diminuto pueblo de La Pampa) expulsado por una gran sequía, para vivir apenas bajo un toldo precario de chapas durante largo tiempo. Que su padre conoció a su madre en un sencillo baile del pueblo.

Luego su adolescencia fluctúa entre el dibujo y la política. Esto lo lleva a dejar el secundario, que recién ahora está terminando casi junto con sus hijos. Más tarde, empieza a trabajar como fotocromista en una imprenta y, tiempo después, le llega la primera oportunidad de hacer fotografías por encargo de la misma imprenta.

En esa época realiza sus primeras fotografías de plantas. –Andaba por los alrededores de Chivilcoy y me gustaba fotografiarlas. Veía cosas en sus formas: monstruos, cuerpos de mujeres –dice Muchiut, confirmando una imaginación con la que luego, en 1999, fue capaz de realizar una larga serie de fotografías de girasoles agonizantes en homenaje a la guerra de Kosovo e inspirada en “La soledad de los cuervos” del japonés Masahisa Fukase.

Y un día, en una caminata, se topa con un horno de barro que fabrica ladrillos y lo comienza a fotografiar durante más de un año. El resultado: “Hombres de barro” (1989/1990/2001) su primer ensayo completo, compuesto por unas veinte fotografías en donde los cuerpos de los trabajadores se confunden con la tierra y la tierra con sus cuerpos en una especie de espejo doble de barro que refleja la verdadera cara de la marginalidad, pero que también hace alusión al material con el que, según una antiguo mito, fue construido el primer hombre... y el primer ensayo de Muchiut. “Pertenezco a la misma clase que mis fotografiados y esto me facilita el contacto. Siento que, tal como decía Eugene Smith, mis fotografías le podrían dar cierta voz a quienes no tienen voz”. De ese modo, Daniel ha construido sus ensayos como quien teje la trama del dolor.

Poco después, parte para el norte de la Argentina, para realizar las únicas imágenes realizadas fuera de Chivilcoy que existen en su obra. En el primer viaje, en 1992, fotografía algunas comunidades aborígenes wichis y tobas de paraje El Colchón y Techat, del Chaco. En el segundo y tercero, en el año 1996, retrata las comunidades de Misión Tacaglé y San Martín II de Formosa. En ambos trabajos se sintetizan, para Muchiut, su manera de protesta artística por los controvertidos festejos de los quinientos años del descubrimiento de América. Uno de estos trabajos termina con una serie de diez retratos tomados en primerísimo plano, absolutamente conmovedores, en donde diversos integrantes de la comunidad pilagá de San Martín II van transformándose en otros. La serie comienza con el rostro de un niño y termina con un abuelo. Relatan un crecimiento. Y, aunque se trata de diferentes personas, parecen el mismo personaje envejeciendo. Como si en un acto de chamanismo fotográfico, Muchiut lograra fundir una etnia entera en una sola sangre.

Más tarde viene “La fábrica” (1993/1994) un trabajo sobre los fantasmas de una industria abandonada en Chivilcoy, hecho a fuerza de “no comprarme pantalones nuevos y sí papel fotográfico”, confiesa. Eran los tiempos del menemismo y junto con los cierres de fábricas a partir de las cuales quedaba mucha gente sin trabajo, Muchiut crea un ensayo simbólico y especialísimo: “Vida de perros” (1994/1995). Y, si parecía que después de Elliot Erwitt no podría haber nada nuevo en fotografía sobre estos animales, Muchiut demuestra lo contrario. Porque, a diferencia de los perros de Erwitt, los de Muchiut son perros trabajadores. Así, una jauría de animales cazadores de liebres, pertenecientes a la misma gente despedida de la fábrica que antes había fotografiado, constituyen este exquisito ensayo sobre el amor, la necesidad y la violencia, que transforma lomos, colas o las cabezas multiplicadas de estos animales en composiciones casi abstractas y metafóricas sobre el hambre que signaba aquella época en el interior de la Argentina. Descubrí que los perros hablaban tanto o más que las personas acerca de la violencia y de la desesperanza.

“Los hijos de la tierra” (1996), “El geriátrico” (1995/1996), “Cenizas” (1997) y “La mirada del adiós” (1998) y varios otros trabajos se hilan en un continuo productivo, sucesivo e irrefrenable, de aquellos años. Más tarde, su ensayo “La vida de Oscar”, realizado entre el 2000 y 2001, toma a un hombre que salió de la cárcel adonde había sido enviado por error, para vivir en un automóvil abandonado, en las afueras de Chivilcoy. El trabajo es un retrato de la pobreza extrema. En él, las bolsas de residuos se mezclan con el hombre hasta desdibujar sus límites. “A menudo me he preguntado cómo pude hablar tanto desde un lugar tan chico como Chivilcoy”, se pregunta de repente Muchiut. “Seguramente sea la necesidad”, reflexiona enseguida.

Cuando creía que casi todo estaba dicho surgen “Simplemente María” (1998/2001) y “El matador y María” (2001/2002) su primer trabajo en color. En el primero retrata a María que lucha por su hijo y en el segundo, a un trabajador de un matadero y una prostituta. “Esta es una historia que merecía ser contada –repite Muchiut, refiriéndose a la mujer doliente. Aunque, casi conjuntamente, me surgió la necesidad de hacer un trabajo sobre la sangre después de los hechos que terminaron dramáticamente con la caída de De la Rua –explica.

Este trabajo es, a mi juicio, el más fuerte que hizo Daniel Muchiut. Un matadero en el que se mezclan bestias y hombres retratados sin concesiones. Cuerpos de animales mutilados y sangre, sangre y más sangre. Conmovedor, violentísimo y, a la vez, extraordinariamente sensible. Los dos últimos trabajos de Muchiut se vuelven más introspectivos. En el primero, se introduce en el Instituto médico Dr. Roberto Vacarezza, una clínica que se había cerrado hace años en Alberti, un pueblo cercano a Chivilcoy, y cuyos muebles, objetos y enseres habían quedado congelados en el tiempo, en el mismo sitio en que estaban el día que se había cerrado el lugar. Allí habla sobre el pasado, sobre el recuerdo y elabora una reflexión del tiempo que siente que pasa, que fluye, que se va.

En “La casa”, expuesto en la Fotogalería del Teatro San Martín, Muchiut se vuelve conceptual, que retoma en “Pariente”, un trabajo que rescata la memoria familiar a través de unas fotos y cartas antiguas que encontró en una caja y que fotografía bajo el agua, casi como haciendo un parangón con un naufragio de algo que no sabe determinar, pero que lo llama desde un lugar recóndito e indeterminado.

Cuando finalmente le pregunto cómo ve el futuro de la fotografía argentina, Muchiut responde con cautela. “No quisiera cometer errores en mi lectura. Estoy lejos de Buenos Aires y sería fácil equivocarme. Pero creo que el tiempo va jugando a favor de los autores que admiré y en los que creí. Habría que esperar, de todos modos, para ver qué es lo verdadero y qué no. Los espejitos de colores que ofrece el mercado, tarde o temprano juegan en contra del autor. Lo verdadero, en un momento surge. Lo que no tiene sustento, en cambio, decanta solo…” Parto para Buenos Aires. La noche comienza y el mismo campo que vi pasar a la ida me parece ahora lleno de cosas. Más poblado de seres reales y sufrientes. Quizás sea el efecto que han dejado las fotografías de Muchiut. Un fotógrafo cuya materia de arte surge del interior mismo de la Argentina. Que necesita andar poco por el mundo para contar lo que sucede en todo el mundo. Un observador austero en los medios pero justo en la mirada, que consigue expresar la realidad cruda a través de fotografías sensibles.

Imágenes todas que transforman a este fotógrafo pobre en un artista riquísimo.

A sala llena se presentó el sábado el documental "Vaccarezza"

 

Con un cerrado aplauso respondió el público -que colmó el sábado el salón auditorio de la Biblioteca Popular Dr. Antonio Novaro-, al finalizar la proyección del documental "Vaccarezza", realizado por un grupo de chivilcoyanos, que decidieron poner la mirada sobre el cierre del prestigioso instituto médico de Alberti.
El trabajo, realizado por Agustín Manavella, Daniel Muchiut, Ignacio Oteiza, con música de Armando Alonso, recibió un claro reconocimiento del público.
El filme repasa el cierre del Instituto, a través de imágenes que muestran el abandono, la desolación, el dolor, el afecto que generó ese centro; pero a su vez se mezcla con el desapego; que se siente con mayor contundencia en las escenas del remate. De repente el instrumetal, los equipos del sanatorio -que fue orgullo de Alberti y la zona- se transforman en manojos de objetos numerados, que caen en la indiferencia -por momentos hasta el desprecio-, arrastrados por el dinamismo del remate.
Los testimonios de las enfermeras, del cirujano, y del vecino que fue el primer bebé que nació en la clínica, coinciden en el orgullo por haber sido parte del Instituto; también en el dolor, y la incomprensión por el destino que tuvo esa institución, a la que algunos de ellos dedicaron su vida.
Las escenas que recorren el documental por momentos se congelan en las fotografías de Muchiut, y esos instantes profundizan, martillan, marcan el final, con la prepotencia del tiempo.
El tiempo es una de las señales recurrentes del filme. Más allá de los abatares, de las crisis, de la historia del Instituto, de las historias de vida, uno puede sentir que el documental insiste sobre el tiempo.
La música de Armando Alonso (interpretada por él y Agustín Barbieri en percusión), subraya el clima de las imágenes, las acompaña, se llevan de la mano hasta el final, cuando -con una melodía conmovedora-, se ve partir en bicicleta a una de las enfermeras que acababa de recorrer la clínica después de 9 años de estar cerrada. Deja pasillos oscuros, paredes carcomidas, muebles y rincones que -a pesar del deterioro- le son familiares. "Está todo igual", dice. La mujer está abrigada. Al salir a la vereda se ve el atardecer de un día fresco. Sube a la bicicleta. Enfila despacio por la calle. Pasa un auto. Ella sigue, y toma distancia. La imagen marca el final, y alivia sentir que está afuera, y que todo sigue.

 

 

 

Vaccarezza

La película me encantó, las imágenes son sumamente sugestivas, el clima es inquietante por momentos; otras veces, angustiante; otras, movilizador. Hasta creo que trasciende el género. Es decir, si bien tiene carácter documental o testimonial, hay momentos en que se cuela el lenguaje de la ficción, desde un lugar muy bello, a pesar de lo terrible. Me encantaron los primeros y primerísimos planos, en fin... Desde el punto de vista del producto estético, impecable.

 

Marcela Scelsa  

 

 

Santiago Fernando Banchero Martin

3 de agosto de 2010 00:09

El documental muestra la realidad , esta en los ojos de quien lo mira ;se pueden hacer varias reflecciones que supongo fue realizado con ese motivo como primera medida cuestionar el juramento que hacen los medicos cuando alcanzan el titulo ya que si lo vemos con frialdad esto era una empresa lo cual no tendria que estar relacionado con la medicina,de esta manera se mete a la ciencia dentro de la bolsa del feroz capitalismo que si la revolvemos un poco tambien nos encontramos con la practica de los remates.
En segundo lugar sin ser medico ni nada parecido da la impresion que lo que se remato salvo pequeñas ecepciones era obsoleto,lo que le da un tinte de maniobra financiera.
Y para finalizar me parece que hay algo que los hijos del doctor no aprendieron que las personas no exiten solo para operarlas sino tambien para respetarlas asi sean trabajadores

 

 

 

 

 

 

 

 

Vaccarezza

Por Andrea Knight

 

La música se abre paso frente a la fachada de la clínica Vaccarezza. La banda de sonido decora las imágenes mudas mientras una melodía animadora nos invita a entrar al lugar. Un tarareo y la guitarra se escabullen entre pasillos que convergen en más pasillos. Cajas de cartón sucias, apiladas y sillas de ruedas vacías insinúan que una historia que ya pasó va a suceder. Un cristo nos recibe con la pared descascarada y una flor. Una señora que conoce el lugar como a ella misma, llega de una vez a una pequeña capilla y confirma que ahí el tiempo se ha detenido. Allí adentro los objetos avizores han ganado humanidad, tiesos se han dejado carcomer por el tiempo, internados como en un cajón cerrado han perdido su integridad pero se han abierto paso como sea entre la vida de antes y la de hoy. El tiempo se ha evaporado a escondidas de todos y así las historias han encontrado un lugar para contarse.   Los testimonios de las cuatro enfermeras que han trabajado toda su vida en la clínica piensan aunarse en una sola voz. Les parece mentira: la vida es un antes y un después de aquella. Las enfermeras han tenido que irse de la noche a la mañana a continuar sus vidas afuera, pero antes han dejado todo. Cual es finalmente la vida que importa? La que se tiene? La que se dejó? Cuantas vidas nos dan? Cuantas vidas nos quitan? El hombre que ha sido el primero en nacer en la clínica lleva un traje de prócer al punto de no poder hablar, como si fuera un busto de si mismo esculpido del presente. Él es la cruz de la construcción de la vida que allí se hizo, de la que se salvó, se revivió, se perdió, y se dejó.   Los recuerdos vuelven al presente embalados en trajes de oro. Todo lo que alguna vez hubo brilla. El esplendor fue merito de visiones especiales. La memoria permanece en un globo de perfección. La honestidad se realza con el esfuerzo de lo que valió la pena. Los objetivos de alguna vez están lejos de emparentarse con los descuidos de hoy. Hubo algo de lo que hoy no queda casi nada.   Es claro que las cosas por si mismas no cuestan ni un centavo. Cuanto vale? diez, veinte, cuarenta sesenta? El martillero como un matarife levanta la hoz en señal de victoria. Nada tiene valor, como un palacio con sus príncipes perdidos. La música suena a la afinación de una orquesta desordenada, un contrapunto entre un ventilador y unas sillas inútiles. A veces la emoción se vuelve silencio, tanto que rechina de dolor. Velas que dan alivio a pequeñas esperanzas.

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